Tenemos responsabilidades ante los que dieron su vida por el país y por los que vienen.
Cada septiembre me caen mal tres tipos de mensajes en las redes sociales. Los de mis amistades conservadoras que celebran a los volcanes y los paisajes. Los de mis amistades progresistas que dicen que no hay nada por qué celebrar. Y los de mis amistades de otros países de América Latina que celebran a sus naciones con toda la alegría del mundo.
El primero porque es superficial. Lo especial de este país no son sus paisajes; que los hay en muchos otros lugares del mundo. El segundo porque me parece comodísimo y de pose. Qué fácil decir que esto éste es un país de porquería o que en realidad en 1821 no ganamos independencia de nadie ni bienestar para la mayoría (ya lo sabemos). Y el tercero por envidia, porque en vez de celebrar sus montañas o independencias, celebran la raza cósmica mexicana, o la particularidad chilena, o las naciones del Costa Rica, Nicaragua o El Salvador.
Sería lindo que en vez de celebrar los paisajes o no celebrar la independencia, dedicáramos los septiembres para celebrarnos a nosotros como sociedad, darnos un poquito de autoestima.
La nación, después de leerme para mi tesis a Smith, Brubaker, Renan, Gellner y otros, y tras ojear a los latinoamericanos, la defino como “una construcción política que utiliza elementos culturales e históricos reales, imaginados o inventados para cohesionar y producir lealtad entre comunidades, cuyos ciudadanos aprenden a necesitarla y la legitiman”.
Entonces, qué hacemos para construir nación: usar elementos culturales e históricos que sean reales o imaginados para cohesionarnos. El elemento cultural más rico ya lo tenemos: lo maya. Y los elementos históricos es cuestión de escarbar entre los archivos y los abuelos. De darles otra mirada para encontrar a guatemaltecas y guatemaltecos héroes, que han hecho con su vida que este lugar sea uno más digno para vivir.
Uno es Jacobo Árbenz, que el fin de semana cumpliría 100 años, y gobernó para que el país fuera independiente (y viable) y un lugar más justo y digno para todos los que nacemos aquí. Fue el que más se enfrentó a los poderosos y el más valiente de nuestros presidentes. Imagino que sus cambios deben haberse sentido como los del ecuatoriano Rafael Correa.
O tenemos a Myrna Mack, la antropóloga que la semana pasada cumplió 23 años de vernos desde arriba, y que fue la primera que nombró a los desplazados internos y con eso empezamos a visibilizarlos para contar toda la violencia que les propinaron el Estado y los poderosos, para que dejaran de ser nadies o víctimas y empezaran el camino de regreso hacia ser personas, hacia ser nuestros compatriotas. Fue una heroína que apostó por las ciencias sociales para poner luz en los lugares más oscuros.
Y así tantos, mayas y mestizos, políticos y activistas, emprendedores, críticos, pensadores, escritores, tantos que nos hacen sentirnos orgullosos y responsables de vivir en esta tierra mágica, que necesita de tanto de nosotros en el inicio de este siglo.
Publicado el 17 de Septiembre 2013 en www.elperiodico.com.gt por Martín Rodríguez Pellecer http://www.elperiodico.com.gt/es/20130917/opinion/234564/
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