Cultura de la legalidad

Estamos en una supuesta lucha sin cuartel contra la corrupción, si bien la misma sigue rampante en aduanas y otras entidades, y no sólo en lo público, también en lo privado. Son once años de tener a CICIG aquí para erradicar la corrupción y la impunidad. Tenemos un Presidente y una Vicepresidenta presos, Ministros, militares y empresarios, pero condenas no se ven muchas y me pregunto si los mandos medios y bajos de la famosa Línea, por ejemplo, siguen funcionando. Sería de preguntarle a quienes tienen que lidear a diario con sacar sus productos de las aduanas.

Esto me hace pensar en lo enraizado que está el problema, que es un tema cultural. Kompass dijo que Guatemala es un país de corruptos, comentario lejano a la diplomacia que debiera caracterizar a ese individuo que es un “non grato” en Guatemala, pero la realidad es que la corrupción se aprende en casa. Es en casa dónde el individuo aprende a respetar ordenes, a respetar procedimientos, a respetar al projimo, a saber que toda acción tendrá una reacción, se quiera o no. A lo largo de la Historia de la humanidad se ha visto que el crimen no paga, y si no que nos lo dijeran del mas allá Saddam, Pablo Escobar, Hugo Chavez y muchos otros. Es decir, de nada sirve amazar grandes fortunas mal habidas, si se terminará como una rata inmunda en un bunquer, o pagando la factura que sin lugar a dudas la vida le pasará al individuo.

Pero es en casa dónde se aprende que el crímen no paga. Los padres que justifican que los hijos copien o hagan trampa en la escuela, los estudiantes universitarios que pagan para que otro les haga la tesis, los que no pagan sus multas, los que dan mordida, los que no respetan la cola en el tráfico, los que no dan paso cuando es obvio que debieran hacerlo, los que se aprovechan de la amabilidad de otros, los que tiran basura en la calle incluyendo la odiosa manía de escupir el chicle en donde caiga. Son todos igualmente culpables de la corrupción que existe porque no es más que un reflejo de lo que somos como sociedad.

Se roban la energía eléctrica los de CODECA y los premian haciéndolos partido político. Bloquean inversiones que repercuten en prosperidad para toda una región pero vienen premiados. En Guatemala se premia el sabotaje, el robo y la calumnia. Pero nos quejamos todos, y todos los días, de la corrupción que existe, mientras incurrimos en todas las bellezas de pequeñas acciones que escribí anteriormente. Dicen que los gobiernos son reflejos del pueblo que los elije y la pregunta es si no tendremos políticos dignos porque no somos una sociedad precisamente ejemplar en el sentido positivo de la expresión.

Pero el punto no es nada más una autocrítica. Creo que todo eso tiene solución si empezamos desde nosotros mismos, desde como manejamos, desde como nos comportamos ante situaciones elementales como respetar una cola. En Austria la gente no cruza la calle si hay señal de no cruzar así no venga un sólo carro. Y no digamos de quienes irrespetando las leyes de tránsito y la lógica insisten en manejar a vuelta de rueda en el carril izquierdo, atrasando a los que quieren llegar rapido a donde van, por la pura gana de atrasar el tráfico y no les importa, si bien el Artículo 101 del Reglamento de Tránsito establece que el carril de la izquierda es para rebasar y obviamente, ir más rápido. Y que decir de nuestra manía de ver la calle como cesto de la basura… violando el Artículo 41 del Reglamento. Eso es respeto a las normas y reglamentos en su manifestación más elemental. Muchos nos maravillamos de ver a los japoneses limpiar los estadios luego de que su equipo jugara, y ante el comentario en medios de que el equipo japonés deja su vestidor más limpio de lo que lo encontró. Eso es ejemplar, en el mejor sentido de la palabra. Eso es digno de imitarse, no como dejamos los estadios nosotros, que refleja como somos en la calle, y probablemente en casa. Quien es amante del orden y la limpieza seguramente lo será tanto en casa como en la calle.

Y que decir de los dueños de camionetas. O no tienen conciencia o realmente se les resbala pero es increíble que no se tomen la molestia de arreglar sus camionetas con todo y los supuestos subsidios que reciben del Estado, para no contaminar el ambiente, y no digamos poner en peligro a sus usuarios y a quienes circulan al rededor de sus deficientes camionetas. Una verguenza que semejantes cafeteras estén en circulación. Y la gente, colgada de ellas. Y como si eso fuera poco, sujetas a que los mareros las asalten y las maten en las camionetas. Terrible situación para pilotos y usuarios. Pero todo se reduce a la falta de conciencia de los actores. A los transportistas no les importa sacar esas cafeteras a circulación, aunque arriesguen las vidas de quienes las conducen y las usan, contaminen el ambiente y causen problemas en la vía pública. A los camioneteros no les importa llevar gente colgando de la camioneta. Y que decir de los transeúntes, la gente se cruza la calle a media calle con todos los carros viniendo encima y no les importa si provocan un accidente.

Cómo actuamos en la calle refleja nuestra visión de la vida. Nadie piensa en lo que sus acciones pueden afectar al vecino, a quién está parado en su entorno, a quien tiene cerca. Si comenzamos por ser más concientes, por pensar un poco más en los demás, por razonar que todo lo que hacemos trae consecuencias, quizás logremos limpiar un poco más este ambiente de corrupción en el que vivimos, ser más éticos y responsables, y que ello se refleje en nuestros políticos, en los partidos, y en el gobierno.


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