La política tolerancia cero del gobierno de Donald Trump, que tanta indignación provocó, no es nueva en nuestros países. Siempre han sido los niños y las niñas —incluidos los bebés— los que más han sufrido las estrategias de terror y la saña de los gobernantes racistas, crueles y autoritarios.
El informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de la ONU y el de Recuperación de la Memoria Histórica (Rehmi) de la iglesia católica dan cuenta de cómo decenas de niñas y niños pequeños, incluidos bebés, fueron asesinados junto a sus padres y madres y tirados en fosas comunes, en muchas ocasiones todavía con vida.
La historia de estas matanzas no es exclusiva de Guatemala. Durante la guerra de Vietnam, las tropas de los Estados Unidos ejecutaron a decenas de menores, muchos ni siquiera habían cumplido un año de edad, y también lo hicieron los países europeos para dominar a los pueblos africanos.
En América Latina, durante las dictaduras militares, se cumplieron a pie juntillas los planes diseñados en la Escuela de las Américas para terminar con el “enemigo interno”, incluyendo en esa definición a los niños, niñas y también a los bebés. La justificación de que se trataba de delincuentes-terroristas sirvió para borrar del mapa aldeas enteras, y todavía se escuchan voces que defienden aquella estrategia como válida: el uso del terror y la crueldad para garantizar una supuesta “seguridad nacional”.
Con ese mismo discurso y en un acto de una crueldad inaudita, el presidente Donald Trump justificó su decisión de separar a estos pequeños de sus padres y madres al momento de ingresar a la frontera. En nombre de la “seguridad” no solo se los arrebató a sus familias, sino los encerró en jaulas como si fueran delincuentes.
“Entre los inmigrantes que buscan entrar al país hay personas que pueden ser asesinos y ladrones y muchas cosas más. Queremos un país seguro, y eso empieza en la frontera, y así será”, se justificó Trump en un acto público antes de verse obligado a dar marcha atrás con esa política xenófoba y de corte fascista que le valió el rechazo generalizado.
Aunque todo hay que decirlo, tuvo más dignidad el dueño de un restaurante en el estado de Virginia, EE. UU. —que se negó a atender a la vocera del presidente Trump, Sara Sanders, y a su familia, en protesta por la política tolerancia cero— que Jimmy Morales y la canciller Sandra Jovel, que guardaron un silencio cómplice y vergonzoso ante el trato cruel e inhumano contra miles de migrantes guatemaltecos, incluidos niños, niñas y también bebés. La misma actitud pusilánime y servil asumida tras el asesinato de Claudia Patricia Gómez, la joven migrante de Quetzaltenango asesinada por un guardia fronterizo en el estado de Texas.
En una grabación del medio independiente ProPublica se escuchan los llantos y los gritos desesperados de los pequeños llamando a sus padres y la burla de un agente de la patrulla fronteriza, diciendo: “bueno, aquí tenemos una orquesta, solo falta el director”. La orden ejecutiva firmada por Trump detiene las separaciones pero no garantiza el final de la crisis para los 3 mil 700 niños, niñas y bebés que permanecen encerrados y separados de sus familias; en muchos casos con paradero desconocido.
El rechazo generalizado a esta política inhumana de Trump abrió una nueva etapa en el debate sobre inmigración en los EE. UU. Este es el momento de actuar y organizarnos —a pesar de nuestros patéticos gobernantes— para defender a las familias migrantes y lograr que recuperen a sus pequeños. Pero más importante aún es que evitemos que este país les siga expulsando.
http://www.prensalibre.com/opinion/opinion/niez-migrante-crueldad-inaudita
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