El miércoles doce de agosto, un grupo de integrantes de la Mara Salvatrucha perpetró un atentado en el Hospital Roosevelt para liberar a un reo, integrante de la misma agrupación, condenado por los delitos de asesinato, asesinato en grado de tentativa, asociaciones ilícitas y conspiración. En esta ocasión, siete familias son forzadas a afrontar la repentina muerte de sus seres queridos, sepultando sus anhelos, sueños y, lo más alarmante, su fe y esperanza. Todos los días, cientos de miles de familias son víctimas de estos grupos delictivos, que convierten a las personas en meras estadísticas.
No puedo ser irresponsable y emitir juicio en nombre de los familiares de las víctimas, pero sí estoy convencido de que ante el hecho de ser expuesto a una situación en la que la vida de uno de mis hijos sea vulnerada por un delincuente, mi deseo sería el de someter al mismo a la muerte. Ojo por ojo, diente por diente. Sin ser expuesto al infierno en el que la mayoría de la población vive, el simple hecho de conocer sus historias, me lleva a ser un promotor de este precepto de venganza. Sin embargo, la sed de justicia solo cura el dolor, la impotencia y la frustración, sin atender la raíz del problema.
Al ser entrevistado en Torre de Tribunales, uno de los jóvenes confiesa haber cometido los hechos por la simple promesa de recibir a cambio el pago de Q200. Este es el valor de la vida del prójimo para estos muchachos, quienes se convierten en sicarios por una mísera cantidad, sometiendo al infierno al mal afortunado que le sea asignado. Una especie de suerte para una gran mayoría, que vive al acecho de estos criminales a través de extorsiones, secuestros, asaltos, homicidios, entre tantos otros hostigamientos. Pero, ¿cómo llegan estos a convertirse en criminales? ¿Será que nacen para serlo, o son producto de la indiferencia de la sociedad?
Ningún acto delictivo puede ser razonado con el objetivo de ser justificado. El hecho de que las maras sean producto de la indiferencia de las sociedades en las que surgen y operan, no puede servir de excusa para justificar el rompimiento de la ley. Para hacer justicia se debe de respetar y operar apegados al estricto cumplimiento de la misma. Sin embargo, ¿cómo justificamos el cumplimiento de la pena de muerte, si el Estado y la sociedad no son capaces de crear las bases para atraer a estos jóvenes, que como única opción de supervivencia se permiten ser reclutados por las maras?
Mi hijo es dos años menor que los jóvenes que cometieron estos terribles e injustificables crímenes. Mi hijo no sabe qué es el hambre, el abuso o la explotación sexual, el maltrato físico, el desprecio, el vivir a perpetuidad enfermo, sin oportunidades u opción alguna de salir adelante. Mi hijo es el resultado del amor, de la aceptación, de la esperanza palpable, de la salud en fin, de la la sanidad física y mental. ¿Qué sería de él si, por una simple lotería, le hubiese tocado vivir en el infierno que sin miedo a equivocarme les toca vivir a estos muchachos, antes de sumarse a las maras? Equivocadamente, estos grupos les proporcionan la atención que nuestra indiferente sociedad es incapaz de proporcionar.
Como bien dije con anterioridad, creo que mi sed de justicia me lleva a pensar en que debiésemos someter a la muerte a quien mata. Sin embargo, me parece injusto que seamos incapaces de entender que fue nuestra indiferencia la que lleva a estos muchachos a encontrar en las maras una forma de vida. Solo la pena de muerte, no soluciona el problema.
Publicado por Estuardo Porras Zadik, el 22 de Agosto, Por El Periódico
https://elperiodico.com.gt/opinion/2017/08/22/es-la-pena-de-muerte-la-solucion/
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