Ríos rojos, lagos verdes, mares cafés

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Publicado por Prensa Libre el 3 de noviembre 2016

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Un día nos enteramos de sucesos incalificables. En Europa vendían el agua pura embotellada. ¿Era posible tal deshumanización, tanta degradación? Era ridículo pensar que fuera embotellada y, lo peor, vendida. En este país, el agua era pura y gratuita. Al igual que la sal, no se le negaba a nadie. En la escuela, uno la bebía directamente de la llave. En casa, con cierta frecuencia tocaban a la puerta y eran niños que volvían de jugar. Pedían un vaso de agua. O era un anciano asoleado, una señora cualquiera. ¿Cómo podría algo tan elemental estar a la venta y en botellas?

Otra novedad que nos escandalizó a mi generación y la anterior, por disparatada, fue cuando supimos que en Estados Unidos vendían los bananos con marca. Como si fueran zapatos, los colocaban en una vitrina. Era fruta con etiquetas. Los Estados Unidos había llegado al límite, al colmo de la estupidez consumista.



Aquellos absurdos nos alcanzaron. Les dimos carácter de cultura de consumo común y corriente. En la actualidad, hasta venden agua en bolsas plásticas que, por cierto, tienen escrito un registro sanitario pendiente de aprobación que es eterno. Ya nadie toca a la puerta pidiendo sal. Compramos agua embotellada como si siempre lo hubiésemos hecho. Compramos frutas con etiqueta.

Se dice que en pocos años tendremos que comprar aire fresco embotellado para respirar. Suena estúpido. Imaginemos lo que sería adquirir oxígeno en frascos como parte de la canasta básica. Si tal cosa sucediera, sería indicio de que hemos muerto como especie. Mas por absurdo que parezca, pronto tendremos que hacerlo. Ya lo hacen en algunos países. Los más pobres tendrán que hacer fila para proveerse un minuto en un dispensador de oxígeno público. Distribuidor que, seguramente, será objeto de compra sobrevalorada por parte del gobierno y falta de mantenimiento. Hasta ahora, solo hay algo más sucio que los sanitarios públicos y son los tubos de camioneta, así como las carretillas de los supermercados. Se sumarán, con partida doble, los dispensadores de oxígeno estatales. Parece ficción, pero ya es una práctica en países altamente contaminados. En algunos lugares de Asia, la gente utiliza mascarillas siempre que sale a la calle. En Beijing, el aire fresco es vendido en botellas o dispensadores de oxígeno importados de Canadá, país adicto a la explotación minera en todo el mundo. Pero China está lejos, afortunadamente.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la polución causa en el planeta tres millones de muertes al año. El 92% de la población mundial vive en lugares con altos niveles de contaminación y un 90% de esos tres millones de muertes ocurren en los países más pobres. No por casualidad amanecen los peces muertos a orillas de los lagos. En Amatitlán, un líquido pantanoso, verde, asqueroso, sostiene cientos de ellos que murieron con el hocico abierto buscando oxígeno. Habrán sido desgarradores sus últimos segundos cuando abrieron la boca hasta casi el ancho de sus cuerpos. Eso que sucede con los peces, en varios ríos y lagos, es un anuncio de lo que ocurrirá a los humanos. Ya veremos. Es un muestrario agónico. La contaminación es generada por el humo tóxico, por actividades industriales inmoderadas; en general, por todo el abuso en contra de la naturaleza. Nuestro país, antes azul y verde, ahora es exuberante en ríos rojos, lagos verdes, mares cafés, agüita en bolsa y mojarras muertas. ¿Qué somos? ¿Qué clase de monstruosidad ocupó este planeta? ¿Por qué nos tragamos el cuento ese de que somos únicos y especiales en el Universo?

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