Sus rostros son poco conocidos pero su aporte es invaluable.
La reuniones con sus amigos en las que charlaban sobre la realidad nacional tomaron el año pasado giros insospechados para algunos guatemaltecos. Son esos motores treintañeros, una generación que parece no tener ataduras, los que encendieron las protestas del histórico 25 de abril de 2015 como rechazo al caso de defraudación aduanera denominado La Línea, que involucra a los exgobernantes Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti —ambos en prisión—.
Esos guatemaltecos no sobrepasan los 35 años; la mayoría tiene un título universitario o está por obtenerlo; son de clase media o media alta, solteros y dirigen negocios propios o trabajan en empresas familiares.
No tenían la menor idea de cómo organizar una manifestación, menos aún cómo llenar una plaza.
Encabezaron, en la ciudad o en la provincia, movilizaciones que además de exigir la renuncia a dos exgobernantes, ahora sindicados de corrupción, fueron claves en la elección de diputados y alcaldes.
Una gran parte de este grupo participa en la “escuela ciudadana”, un proyecto piloto que dura cuatro meses, para el que la Universidad de San Carlos brinda el espacio físico y que profundiza sus conocimientos relacionados con políticas públicas.
Cuarenta integrantes de la Red Nacional por la Integridad, Jóvenes contra la Violencia, Acción UVG y Justicia Ya concurren a ese programa.
“La idea es extender este proyecto a todo el ciudadano que quiera formarse”, explican sus impulsores.
Evolucionar
Empoderarse, formar y definir cuáles serán esta vez los objetivos de las nuevas protestas apuntan a un movimiento más serio del que fueron protagonistas en el 2015.
El trabajo no se ha detenido, los integrantes de los colectivos se han reunido para analizar, primero, y consensuar, después, cuáles son los puntos en los que se debe incidir, si el Congreso, el poder Judicial o, de nuevo, el Ejecutivo, explica Gabriel Wer, del movimiento Justicia Ya.
La semana pasada, 120 jóvenes de distintos colectivos se dieron cita en la ciudad.
El 25 de abril del 2015 quedó archivado en la memoria de la población, pues entre 20 mil y 30 mil guatemaltecos exigieron la renuncia del binomio presidencial, que terminó en la cárcel, y llamaron a no votar por un candidato presidencial que tampoco alcanzó el poder —Manuel Baldizón—.
¿Volverán a las calles por segunda vez? Sí, de eso no hay duda, coinciden estos rostros anónimos para muchos.
El pequeño empresario
Gabriel Wer Arrivillaga, de 34 años, es administrador de una compañía familiar. Asistió al principio como espectador a las manifestaciones, hasta que poco a poco se involucró y hoy es parte de una escuela ciudadana, junto a otros activistas que estudian temas de seguridad, económicos, fiscales y políticas de Estado.
Los días previos a esta entrevista lo ocupaba la organización de la asamblea ciudadana que se celebró ayer en la Plaza de la Constitución. Le preocupaba encontrar un mecanismo adecuado de consulta, junto a otros de sus compañeros, para validar la decisión de los guatemaltecos que asistieran a lo que denominaron una “asamblea ciudadana”. Todavía faltaba afinar detalles de la metodología que les permitiría determinar hacia dónde deberán encaminarse las próximas protestas.
Este soltero de aspecto bonachón es una de las caras más visibles del movimiento #JusticiaYa y jamás, dice entre risas, imaginó estar al frente de una manifestación.
Ahora está convencido de que su tarea no ha terminado y que el movimiento de reivindicación debe evolucionar y marcarse nuevos objetivos.
El joven estudiante
Luis Enrique Ventura Urbina apoyaba un plantón del Comité Campesino del Altiplano, a un costado del Palacio Nacional de la Cultura, cuando se dio la primera manifestación.
En las semanas posteriores se puso en contacto con otros estudiantes que con el tiempo formaron la Coordinadora Estudiantil Universitaria de Guatemala, integrada por las universidades de San Carlos, Rafael Landívar, Del Valle y Galileo.
“Yo creía que las universidades privadas eran otro tema. ¡Logramos conocer gente maravillosa!”, admite. “Es posible unirse entre guatemaltecos por una misma causa. Queremos saber si esto funciona al hacerlo con otras”, agrega.
Sus salidas a discotecas fueron sustituidas por encuentros con los integrantes de los colectivos. “Discutimos sobre políticas públicas, hemos aprendido a gestionar y dialogar”, cuenta el estudiante de 21 años.
Acompañó parte de la Caravana por la Paz, la Vida y la Justicia que recorrió Centroamérica. “Esto no es un juego”, dice quien ahora comparte sus tareas de activista con las del séptimo semestre de la carrrera de Agronomía.
El diseñador rebelde
“Aprendí a ser más consciente de cómo se vive en el país y a entender que no soy el único. Entender que este país lo conformamos varios estratos y que hay que cerrar los abismos”, dice Víctor Oxlaj Cobox, diseñador gráfico de 32 años, que orquestó las protestas a través del movimiento Despertemos Huehue, en Huehuetenango.
“La primera marcha fue relativamente fácil”, afirma, pero después de la segunda concentración las cosas se complicaron un poco. “Como la invitación era abierta, la gente veía que participaban incluso personas afiliadas a partidos políticos, aunque nunca los contactamos. Eso generó algunos comentarios relacionados con la politización”.
El trabajo de una decena de amigos de Oxlaj continuó cada noche. “Una semana antes de la primera marcha a la que habíamos convocado renunció Roxana Baldetti”, recuerda. “Entonces decidimos hacer una celebración simbólica en el parque de Huehuetenango. Allí conocimos a los demás simpatizantes; la mayoría jóvenes administradores, médicos, profesores de secundaria y enfermeros”.
“Es hora de retomar”, expone. Una vigilia cívica lo espera.
La futura abogada
Andrea Reyes Zeceña, de 25 años, prepara en estos días su tesis y los exámenes para titularse como abogada y notaria.
“Empecé a involucrarme en las manifestaciones cuando se organizó el colectivo landivariano. Trabajaba como procuradora en una oficina de abogados de la familia, pero con el tiempo me empecé a envolver más”, recuerda.
“Para las movilizaciones se requería mucho tiempo, había que articular con otras personas, hacer ejercicios de diálogo, consensuar demandas de los estudiantes, en mi caso”, agrega quien fue despedida de su trabajo, en febrero último, cuando sus jefes, que dirigen un bufete familiar, la cuestionaron por las horas invertidas en sus tareas como activista.
Cuando se le pregunta si cambiaría algo de lo que sucedió en los últimos meses, responde con seguridad: “No”. “Con las movilizaciones y manifestaciones me di cuenta de que lo que quería hacer era el derecho penal aplicado a la defensa de los derechos humanos”, afirma. Si pudiera, asegura, el tema de su tesis habría sido otro: las reformas a la carrera judicial o los cambios a la Ley Electoral.
El arquitecto poeta
El objetivo del activismo de Donald Josué Urízar Miranda, un arquitecto de 30 años, residente en Quetzaltenango, no había ido más allá del rescate del espacio público y la cultura.
“Nunca habíamos pasado de alegar por la situación nacional frente a una computadora”, comenta Urízar. Se entusiasmó con la idea de participar en la primera gran manifestación convocada en la Plaza de la Constitución, pero había 200 kilómetros de distancia. “También hay necesidades sentidas en Xela, pensé”.
Después de la marcha del 25 de abril del 2015, VOS Xela, como Urízar y sus amigos nombraron al colectivo, adquirió un carácter local y fue una pieza clave en la selección y depuración de candidaturas a diputaciones y alcaldías.
Las semanas que siguieron no estuvieron exentas de intervención de líneas telefónicas, seguimientos y patrullas detenidas frente a residencias.
Las protestas se convirtieron en un ejercicio ciudadano el día que colocaron una urna en la calle, con la idea de celebrar una especie de plebiscito para consensuar si las manifestaciones debían ser las mismas que a escala nacional o tomar una línea de acción local.
Activista y administrador
Carlos Valenzuela Martínez es estudiante de Administración de Empresas. Tiene 33 años y dio sus primeros pasos en la agrupación Escuintla presente y al frente, aunque él y sus amigos no tenían la menor idea de cómo organizar una manifestación.
“Empezamos a reunirnos una decena de amigos y decidimos hacer una caminata del estadio municipal al edificio de la Gobernación. La mayoría de quienes en esa ocasión nos apoyaron eran trabajadores jóvenes de los juzgados que con posterioridad se apartaron del movimiento porque recibieron presiones”, comenta.
“En la segunda ocasión nos acompañaron unas 25 personas, la siguiente vez fue un centenar, durante una marcha nocturna. El paro del 27 de agosto del 2015 reunió a unas cinco mil personas en Escuintla”, señala.
Valenzuela trabajaba por las noches en la administración de una empresa familiar y durante el día desempeñaba sus funciones como activista. “Hay gente que dice que no hemos tenido resultados, pero hemos probado que nos podemos organizar y podemos dar un golpe duro si así lo queremos. Lo rural y lo urbano puede unificarse. Sentamos un precedente de que sí se puede”, enfatiza.
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