Los corruptos no pueden liberarnos de sus iguales.
En los países divididos es habitual que tras una invasión extranjera broten colaboracionistas, esa extraña especie de seres que justifican sus actos espurios escudándose en un aguzado sentido de supervivencia, porque se acomodan, prestan y sirven al invasor, mientras lo utilizan para vencer a sus propios rivales o salvarse.
El colaboracionismo está metido en el ADN de la sociedad guatemalteca, y se cultiva en la política como ciencia. Se practicó desde la Conquista, cuando un puñado de españoles utilizaron en el frente de batalla a numerosos pueblos indígenas para destruir a sus opositores. Y se hizo arte entre los criollos de la Colonia que conservaban el poder español o se adherían convenientemente a los independentistas cuando estos ya iban ganando.
Los dictadores cultivaron el colaboracionismo, alimentando “orejas” y promoviendo la delación vía ventajas económicas, o como palanca para lograr privilegios o venganza. Nunca hemos sido una sociedad clara sino turbia. Y esa mala tendencia evolucionó en la era democrática, porque ahora hay una agudeza increíble para buscar acomodo en los gobiernos de turno, o para acogerse a la sombra del poder de la Comunidad Internacional, plegándose como serpientes a los esfuerzos de quienes se sienten con la verdad absoluta y han venido a salvarnos del infierno de la corrupción. A los colaboracionistas se los abraza, se los premia, se les hace caso, y sin que se den cuenta, los serviles resultan poderosos y aplican su fuerza en contra de los rivales.
Basta que un candidato presidencial se perfile como posible ganador para que una masa nutrida de gente lo adule, abrace, sirva, mientras van creando los canales de confianza para sacar ventaja de su proximidad. Su triunfo se celebra como un endiosamiento. Pero cuando el político se descubre débil, sin poder y está próximo el fin de su fugaz imperio, es abandonado, traicionado, ignorado y apuñalado por la espalda.
El destino del actual mandatario Jimmy se tambalea peligrosamente. El Congreso de la vergüenza ya le declaró la guerra, y ganó un primer pulso. Quizá sus colaboracionistas estarán empujando al Presidente a reaccionar con las viejas malas prácticas. La CICIG también está endiosada por la opinión pública y sus colaboracionistas. El Quijote Velásquez no se escapa de la cercanía de amigos dudosos, y si se descuida le van a dar caravuelta. El sistema de Justicia basa sus batallas en la negociación con colaboracionistas eficaces. Hasta la guerra contra la corrupción se está librando vía la corrupción. No se ganan los juicios por el imperio de la prueba sino gracias a la delación. Así nunca saldremos del agujero, porque los corruptos no pueden liberarnos de sus iguales si se salvan ellos.
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