En una de las paredes del aula, justo debajo de la ventana y rodeados de mariposas, hay un par de pequeños rótulos. Juntos dicen: Los valores. En esa misma aula fue asesinado hace dos días el maestro Gustavo Adolfo Arrecis, de 33 años, frente a sus 14 estudiantes. Esto sucedió en la Escuela Oficial Rural Mixta de la Aldea Las Marías, Chiquimulilla, Santa Rosa. Desconocidos entraron al salón, dispararon y huyeron. La crisis nerviosa se apoderó de los jóvenes testigos del hecho.
Mientras eso sucedía, en una escuela de Ipala, Chiquimula, el alcalde le hablaba a un grupo de niñas y niños que no pasaría de los siete u ocho años, siempre asegurándose de que todo el mundo viera la enorme pistola que pendía de su cinturón, maestras incluidas. En la pared del aula, la palabra “Transparencia” y la bandera de Guatemala.
El mismo día, un pequeño de 4 años murió con una bala en el cuerpo, durante un aparente asalto a la casa de sus padres, en Chinautla. No importa cuál de las dos versiones es la real: si entraron a robar o simplemente cobraron venganza, lo que importa es que el niño Byron Galeano Ortiz, apenas entrando a la vida, fue asesinado en su propia casa, lugar que nos han asegurado es el más seguro del mundo. Lo cual, por cierto, no es verdad. Si acudimos a las cifras de violación a niñas y adolescentes que publicara el Observatorio de Salud Sexual y Reproductiva hace aproximadamente un año, el 89% de las violaciones a niñas y adolescentes se cometen en su entorno cercano, y de ese porcentaje, un 30% corresponde a violaciones de los propios padres biológicos.
A esto le llamo yo la pedagogía del horror, y se combina muy bien con una cultura de negación, silencio, falta de conciencia y cuádruple moral. ¿Después, cuando crezcan en las maras, les mataremos? ¿Dónde queda el horizonte de un país que trata a sus niños y niñas de esta manera? ¿Cómo vamos a tener jóvenes y adultos conscientes, educados, pacíficos y propositivos, si se les educa desde que nacen con violencia, para la violencia? ¿Cuándo despertará la gente que dice que aquí no hay violencia, que no hay pobreza (la pobreza es violencia y de las peores), que no prospera solo quien no quiere, que todos y todas nacemos iguales? ¿No saben que, según la ENJU 2011, el 55.3% de las y los jóvenes entre 15 y 29 años han iniciado su vida laboral entre los 5 y los 16 años de edad (y que esto es peor en áreas rurales donde hay menores niveles de escolaridad)?
Durante el último tiempo he leído un poco a Slavoj Zizek, un pensador icónico para tratar de entender e interpretar la violencia. Algo que en Guatemala parece un tarea titánica e imposible. Su premisa es muy provocativa, sobre todo porque tenemos que intentar aterrizar la teoría en el contexto de un país tan violento como el nuestro. Zizek dice que la violencia que presenciamos cada día, y que nos permite identificar a quien la comete, es producto de una violencia oculta, que resulta ser la misma violencia que levanta y sostiene nuestro sistema político y económico. Quienes hemos venido mirando, teorizando y trabajando con la violencia para erradicarla, creemos que hay mucho de razón en lo que Zizek señala, y hasta sentimos que sus palabras han sido las nuestras.
Con este artículo no pretendo entrar al círculo que usa la violencia o la pornomiseria para engancharse en la lógica del desastre. Solo quiero decir que cualquiera sabe que estamos haciendo mal las cosas, y que el contexto determina mucho de lo que somos y seremos en el futuro: si una niña o un niño aprenden a sangre y fuego, será sangre y fuego lo que devolverán cuando adultos. Si aprenden la letra, la miel, el abrazo, la firmeza y la ternura en un marco de seguridad humana, seguridad jurídica, seguridad ciudadana y seguridad social, harán grande el mundo cuando crezcan.
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