Sin pena a la muerte

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“Soy un jefe de sicarios. Es mi trabajo, como el de cualquier otro. Usted sale todos los días a una oficina a laborar, yo salgo a dirigir a mis muchachos para asegurarme que maten a quien tienen que matar y que no les pase nada en la jornada. Al igual que usted, por las mañanas desayuno con mi familia y voy a dejar a mis hijos al colegio. “Luego me reúno con los muchachos para estudiar la tarea del día. Revisamos que todo el equipo esté funcionando bien. Decidimos quién maneja la moto y quién va a realizar el trabajo. Establecemos los puntos donde estará cada quien. Yo, como siempre, voy por delante. El otro motorista, atrás. Ambos protegemos a los muchachos que realizarán la misión. Una vez de acuerdo, nos encomendamos a Dios y salimos a trabajar. “Nosotros no sabemos quién es el que nos contrata para hacer el trabajo. No nos importa. Simplemente el jefe nos da los datos y le caemos.

Tampoco sabemos quién es el objetivo. Menos nos importa. A veces es alguien importante; lo sabemos por el carro que maneja y los lugares donde vive y trabaja. Otras veces no. La única diferencia es que mientras más importante y, por consiguiente, más riesgosa la tarea, más tiempo nos llevará y mejor nos pagan. Pero al final, es igual. Un trabajo es un trabajo. “Luego de perpetrado el hecho, nos reunimos para evaluar lo sucedido y ver en qué cosas podemos mejorar para el siguiente. Nos despedimos y cada quien se va a su casa, a convivir con su familia. Yo llego a cenar con mis hijos, agradeciéndole a Dios poder regresar sin ningún inconveniente. Soy un jefe de sicarios. Es mi trabajo, como el de cualquier otro”. Esta descripción, aunque ficticia, refleja en buena medida la realidad de las bandas de sicarios en Guatemala. Son personas que no tienen el más mínimo respeto por la vida de los demás y, para efectos prácticos, ni siquiera de la propia. Para ellos es simplemente una tarea por la cual reciben un pago. No respetan la vida de los demás y son conscientes de que les puede costar su propia vida. Pero no importa. Ese es su trabajo. Viene al caso por la discusión que se generó como consecuencia de la iniciativa para desentrampar los procesos de pena de muerte presentada hace poco al Congreso por la Fundación Hoy por Guatemala. La pena de muerte está vigente en nuestro país como condena para varios crímenes y de hecho hay varias personas condenadas, a la espera de su ejecución. ¿Por qué no se lleva a cabo la sentencia? Porque falta el último eslabón de la cadena: el recurso de gracia. Por arcaico que nos parezca, y aunque no está en nuestra Constitución, el recurso de gracia lo impone el famoso Pacto de San José (Convención Americana sobre Derechos Humanos), el que en su artículo 6 dice: “Toda persona condenada a muerte tiene derecho a solicitar la amnistía, el indulto o la conmutación de la pena, los cuales podrán ser concedidos en todos los casos. No se puede aplicar la pena de muerte mientras la solicitud esté pendiente de decisión ante autoridad competente”. Portillo eliminó el proceso de gracia que existía con anterioridad y entonces no se puede consumar la sentencia de muerte. Ya en una ocasión el Congreso intentó formalizar el proceso, pero Álvaro Colom lo vetó. Lo que plantearon recientemente al Congreso formaliza el recurso de gracia para que se pueda cumplir con ese requisito y se pueda ejecutar la pena. Yo considero que no se debe esperar más tiempo. Se debe permitir que continúe el proceso de pena de muerte a quienes ya han sido condenados y a los que vengan, que hay muchos en la cola. En su momento —como lo establece esta iniciativa, cumpliendo el requisito del Pacto de San José—, el presidente podrá conmutar la pena, si así lo considera.

Publicado en www.prensalibre.com el 26 de Febrero 2016 por Jorge Jacobs
http://www.prensalibre.com/opinion/sin-pena-a-la-muerte

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