Es casi un lugar común decir que, cinco meses atrás, nadie habría imaginado un proceso judicial de esta magnitud. Acaso en círculos familiares o en tertulias sociales menudearon comentarios, más o menos indignados, sobre el descaro de la corrupción entronizada en los más altos niveles gubernamentales. Pero suponer a las cabezas del gobierno acusadas y enjuiciadas, sencillamente era de una irrealidad posible en alguna ficción literaria de nuestro exuberante realismo mágico.
Solamente porque millones de guatemaltecos hemos sido testigos, gracias a las enormes posibilidades comunicacionales de nuestro tiempo, de la pedagogía judicial con que nos deleita el juez Gálvez, puede creerse. No es fantasía: es el sueño de la independencia de poderes hecho realidad, llevado a niveles impensados en nuestro sistema de justicia.
También se ha vuelto trillada la afirmación de que Guatemala ya cambió. Pero cabe repetirla porque, cabalmente, las huellas profundas del cambio son hechos como el observado ayer en el Tribunal de Mayor Riesgo B. Cambios en el sentido positivo del fortalecimiento institucional, que siembran futuro en cuanto son la ruptura con una bochornosa historia, secular y contemporánea, de impunidad.
Es hora de decirlo: la desfachatez con que actuaron las estructuras criminales en buena hora descubiertas por la CICIG y el Ministerio Público, era producto de la impunidad del presente y su melliza, la impunidad del pasado.
Por eso este proceso y la pedagogía viva del juez Gálvez son siembra de futuro, porque se rescata el valor de la verdad y se rompe con la cultura de la apariencia, arropada en la güisachería, proxeneta de la impunidad.
Faltan muchos meses para el fin de este juicio, pero hay suficientes señales de esperanza en que, nunca más, Guatemala será sometida al sonrojo de tener a la cabeza del Estado a un sospechoso de haber consentido (si no es que propiciado) la defraudación de la confianza nacional.
“No entendí por qué me ligaron”, escribió Pérez Molina en los apuntes hechos durante la audiencia de ayer. Su incomprensión no nace de la tontería. Al contrario, parece resultado de lo que en Guatemala se suele describir como “querer pasarse de vivo”.
El papel de víctima no cuadra con el continuo blasonar de su trayectoria militar y política. En cambio, es una prueba más de la arrogancia obnubilada que lo llevó a desafiar la tolerancia ciudadana y puso al país en la picota de los Estados parias.
Hay una responsabilidad personal e institucional que Pérez Molina se niega a admitir, que va más allá del proceso penal al que ahora está ligado. Una responsabilidad por la que será juzgado en el tribunal inapelable de la historia: allí también hay una siembra de futuro.
Publicado el 09 de septiembre de 2015 en www.s21.com.gt por Editorial Siglo21 http://www.s21.com.gt/editorial/2015/09/09/sembrando-futuro
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