Quizá Luis Rabbé tenía amplias razones para la risa. Al fin y al cabo, todos ellos, los “políticos” son tan absurdos que, justamente por su hiperbólica bajeza, mueven a la risa. No hay gota de seriedad en ellos. Y podríamos pensar que estamos sumidos en una onírica payasada si las acciones de estos malandros no produjeran, día a día, la muerte, la miseria, el dolor de la mayoría de guatemaltecos.
Seguramente Todd Robinson y los demás miembros del cuerpo diplomático acreditados en nuestro país necesitaban una razón para creer en la visceral naturaleza de la corrupción en los altos dignatarios de la Nación. La risa de Rabbé, maravillado ante la propia capacidad de maquinar en defensa del Estado-corrupto, fue suficiente. Nada habla mejor que una imagen. Aquel rostro distorsionado por el enorme placer de la risa, era el rostro de algo difuso y difícil de comprender de otra manera. La banalidad del mal, diría Hannah Arendt. Sí, los funcionarios corruptos son banales y peligrosos. La banalidad no debería tener el destino de nuestro país en sus manos. Los diplomáticos, experimentados viajeros de las torceduras del poder, no deberían proteger esta banalidad. Volverse cómplices del asesinato, calculado y a sangre fría, de las esperanzas de un país joven.
A Rabbé la risa le salió por la culata. Esta semana la presencia tanto del embajador Todd Robinson como del grupo G-13, empezó a cambiar la dinámica de apoyo de la comunidad internacional. El pulso está planteado. ¿Pueden los corruptos desafiar al mundo en su soberbia ratonesca? Aparte, la CICIG empieza a hacer sonar los tambores dentro del seno congresil. Todavía está mucho por escribirse, pero yo sueño con ciudadanos de todos los colores reunidos en la plaza, riendo con ganas y todo placer, después de una larga jornada de trabajo que termina con la casa limpia y en orden. Un nuevo orden.
Publicado el 10 de julio de 2015 en www.elperiodico.com.gt por Carol Zardetto http://elperiodico.com.gt/2015/07/10/opinion/quien-reira-de-ultimo/
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