¿Quién perderá las elecciones?

La indignación ciudadana se está desbordando.
La “democracia electorera”, inherente a la “apertura democrática” impulsada durante el primer lustro de la década de los ochenta, está totalmente agotada, aunque realmente está colapsada desde el año 1993, a raíz del “Serranazo”, cuando se evidenció la aguda descomposición de la clase política, regida por el gatopardismo (que todo cambie para que nada cambie), y que no ha sido capaz de regenerarse. Ingenuamente, se creyó que la depuración constitucional de 1994 sería una lección para los politiqueros que los haría recapacitar y rectificar, pero no fue así. Superada la crisis todo volvió a la “normalidad”, la que con el tiempo se ha convertido en una insufrible cleptocracia (corrupción institucionalizada), que se manifiesta a través de un patético “consorcio de negocios” en el que todos los politiqueros y sus financistas participan, lucran y se tapan con la misma chamarra, los pasados, los presentes y los futuros.


El dizque proyecto modernizador, promovido durante el segundo lustro de la década de los noventa, alentó la discrecionalidad, la opacidad y la corrupción. Se desmanteló la supervisión estatal, se expandió el sistema paralelo de gasto público (fideicomisos, oenegés, fondos sociales, secretarías de la Presidencia, transferencias a organismos internacionales para fines de ejecución de gasto y demás), lo que redundó en informalización y desinstitucionalización en el sector público, y se debilitó aún más el régimen de legalidad (justicia oficial, control de las finanzas públicas, rendición de cuentas, transparencia y eficacia fiscal).

Con el siglo XXI llegaron el saqueo y el despilfarro a gran escala, la “clientelización”, a través de los consejos de desarrollo y los programas sociales, los diputados constructores, la municipalización de la corrupción, la explosión de fideicomisos, usufructos y contrataciones por excepción, la burocratización, así como un gigantesco gasto financiado con más impuestos y deuda, que no se traduce en mejoramiento de los servicios públicos (seguridad, justicia, educación, salud, infraestructura, transporte), reducción de la pobreza ni en bienestar general.

Hoy, fervientes gatopardistas, intentando reposicionarse políticamente y sin creer ni comprometerse con un verdadero cambio, lanzan al viento presuntas propuestas refundacionales o reformistas, basadas en más impuestos, más endeudamiento, más despilfarro, más clientelismo, más burocracia y más estatismo, que, en definitiva, solo buscan seguir alimentando al “ogro cleptómano”.

Por supuesto, los miopes y codiciosos politiqueros no reparan en que la indignación ciudadana se está desbordando, y siguen asumiendo que la población continuará aguantando el caos indefinidamente, que el enriquecimiento ilícito es para siempre, que el brazo de la justicia nunca los alcanzará y que, finalmente, nada pasará y se saldrán con la suya. Se equivocan. El hartazgo es generalizado y percibo que la ciudadanía consciente no está dispuesta a ser, una vez más, la gran perdedora de las “alegres elecciones politiqueras”.

 Publicado el 09 de marzo de 2015 en www.elperiodico.com.gt por Mario Fuentes Destarac
 http://www.elperiodico.com.gt/es/20150309/opinion/9622/%C2%BFQui%C3%A9n-perder%C3%A1-las-elecciones.htm

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