Es práctica normal que los gobiernos escondan su incapacidad o el incumplimiento de sus promesas electorales en palabras o explicaciones sin sentido, que se disuelven rápidamente en la indiferencia de los engañados, enigma que conmueve a los sociólogos porque no lo pueden explicar. La raíz del mal radica en que no tiene programa de gobierno y que los partidos políticos en la práctica son grupos de intereses que velan por el derecho de su nariz y el de sus patrocinadores, marginando sus obligaciones sociales. El partido patriota (PP) no es la excepción. Por esa razón el cambio que proponen no es evolutivo, no implica progreso ni renovación. Es un cambio de mentiras, superficial, un fiasco monumental.
Cuestionar el proyecto del PP es legítimo y fortalece la democracia, por lo que si sus dirigentes consideran esa crítica una enfermedad, los enfermos son ellos, revelando que la petrificación de su política es una amenaza pública por no entender que el poder no se parte ni se comparte, se administra. La crítica es un espejo natural de los pueblos, busca la verdad visible o invisible, su función elemental es contribuir a edificar una sociedad moderna y saludable, que resista con dignidad los excesos del poder público o privado. En ese contexto, es inadmisible que los dirigentes olviden que manosear la libertad de expresión es una manera inferior de hacer gobierno y una torpeza política. La pretensión de suprimir la crítica de la prensa y satanizar a los críticos ha sido y es una falta de aptitud para gobernar y una forma grotesca de perpetuar la miseria intelectual.
Si los mercaderes dedicados a la política persisten en aplicar ese concepto equivocado del ejercicio del poder es normal que encuentren amargo el sabor de las ideas al no comprender que la verdad no es cuantitativa ni un activo fijo. El acoso constante a elPeriódico y su Presidente y el reciente a la revista ContraPoder, recicla actitudes del pasado, adquiriendo jerarquía constitucional la prepotencia y la intolerancia. Si el presidente Pérez se toma la molestia de reflexionar un instante, se da cuenta con facilidad que la Nación no es solo un concepto económico o financiero, también es cultura, lengua, tradiciones, historia y valores humanos. Esa riqueza plural, no excluye la disidencia.
Los políticos en campaña dicen una cosa y en el poder hacen otra, volviéndose prisioneros de sus palabras. Olvidan que el futuro cuando llega se llama presente y que la corrupción no se combate tolerándola. Algunos no logran esconder su arrogancia ni cuando duermen, por tener la cabeza mal amueblada.
Publicado el 25 de noviembre de 2014 en www.elperiodico.com.gt por Amílcar Álvarez http://www.elperiodico.com.gt/es/20141125/opinion/5333/La-ola-naranja.htm
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