Indiferencia

“Cada nación tiene el gobierno que se merece”.
 
La indiferencia es el desinterés, la impasibilidad, la insensibilidad, la abulia, la inacción o la apatía de las personas respecto de situaciones positivas o negativas. Equivale a no adoptar actitud o posición alguna frente a una determinada coyuntura o circunstancia favorable o desfavorable, beneficiosa o perjudicial, ventajosa o adversa. En fin, la indiferencia es no decir ni hacer nada, a favor ni en contra.

 

En el ámbito político, se puede ser indiferente (lo que podría asumirse como tolerancia, aval e, incluso, aceptación tácita) ante lo justo y lo injusto, ante lo digno y lo despreciable, ante lo decente y lo deshonesto, ante lo encomiable y lo degradante, ante lo virtuoso y lo vicioso, ante lo excelso y lo canallesco, ante la probidad y la corrupción, ante la legalidad y el abuso o el fraude.

Inequívocamente, el envilecimiento de la acción política, la simulación de la democracia, el advenimiento del despotismo y la consolidación de la cleptocracia (aprovechamiento ilegítimo, indebido o ilícito del poder para enriquecerse) se da, en gran medida, cuando los ciudadanos permanecen indiferentes ante el abuso de poder, la imposición, la arbitrariedad, la injusticia, la corrupción, el enriquecimiento ilícito y la violación de sus libertades y derechos fundamentales. La indiferencia, en muchos casos, supone la conformidad por temor o la cobardía de no enfrentar, con dignidad y energía, a los que se aprovechan del poder en función de intereses personales o malversan y lucran con la cosa pública.

La indiferencia es el camino al infierno en lo político, porque alienta la docilidad, la sumisión, la renuncia a defender y hacer valer los derechos fundamentales, así como la humillación y la alienación. En fin, se acepta como “normal” el saqueo del erario, se hace apología del delito, se reconoce como hazaña y causa admiración la correría del bribón, del truhan, del malhechor, del sinvergüenza, del canalla, del ladrón. Se robó lo que quiso y no lo agarraron. Listo el fulano. Juntémonos con él de repente algo se nos pega.

Ser indiferente también es estar dispuesto a convertirse en dominado, en dependiente, en cliente, siempre esperando que el poderoso o el abusador le dé algo, lo alimente, lo cuide, lo proteja. El cliente renuncia a su autonomía personal y a asumir la responsabilidad de su propia vida; y, por supuesto, hace lo que le dice o pide su populachero benefactor. El cliente siempre está dispuesto a ser humillado a cambio de la dádiva, del favor.

Se atribuye a Joseph de Maistre la frase “Cada nación tiene el gobierno que se merece”. En ese contexto, un pueblo indiferente merece un gobierno abusador, corrupto y degenerado. Por el contrario, una ciudadanía digna, consciente, con autonomía personal, responsable y participativa impone límites al ejercicio del poder y castiga a los funcionarios abusones, infieles y corruptos.

Publicado el 14 de julio de 2014 en www.elperiodico.com.gt por Mario Fuentes Destarac 
 http://www.elperiodico.com.gt/es/20140714/opinion/250763/

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