Niños emigrantes: tragedia olvidada

MUCHOS GUATEMALTECOS, talvez demasiados, tienen una idea cercana al significado de la decisión de abandonar el país en búsqueda de alguna oportunidad en Estados Unidos. Esto se debe a su cercanía con personas a quienes las circunstancias económicas los obligan a este doloroso exilio voluntario. Muchos guatemaltecos, talvez demasiados, no tienen idea del significado de esa decisión, porque tienen la oportunidad de gozar de algún tipo de vida pasable en el territorio nacional, o porque no tienen el valor de lanzarse a una aventura cuyas características la convierten en un verdadero éxodo, al punto de ser la mayor fuente de ingresos económicos del país, con la vergüenza adicional de considerado un fenómeno económico y no uno social.

EL ESTEREOTIPO, la idea generalizada acerca de cómo son los emigrantes, es la de un hombre, entre 20 y 35 años, originario de algún departamento del país. Y sobre todo, se les ve como una masa humana anónima. Muy pocos se ponen a pensar en todas las consecuencias de dejar no solo al país de origen, sino a la familia. La desintegración familiar es uno de los daños más dolorosos y causantes de problemas futuros, porque la ausencia del padre, aun en casos como el Guatemalteco, con ese enorme porcentaje de paternidad irresponsable y/o inexistente, propicia el involucramiento de los jóvenes en actividades delictivas propias de las maras, o en el vicio del narcotráfico y del narcoconsumo, con los explicables ingresos y salidas de las cárceles.

PERO LA MIGRACIÓN hacia el norte tiene otros protagonistas: por un lado, las esposas o compañeras de vida de quienes se van. Y desde hace algún tiempo relativamente corto, los niños de corta edad, de dos, tres, cinco, siete años, convertidos en polizontes del tren de carga mexicano conocido como La Bestia, en la primera parte de una travesía cuya historia esconde cientos de miles de historias trágicas, aunque sus protagonistas hayan tenido finalmente éxito a cruzar la frontera norte para iniciar una nueva vida con la única compañía de sus padres, o acompañados de familiares igualmente indocumentados cuyo viaje se realizó en un tiempo a veces muy lejano, de docenas de meses y de profundas privaciones y toda clase de humillaciones y temores.

EL REPORTAJE DE Prensa Libre hace un par de semanas, tuvo el importante resultado de darle expresión, ojos, sonrisas y lágrimas a los emigrantes, pero en especial a tres niñitos. Fue impresionante la foto donde se les ve con su cara de inocencia sentados en el calcinante techo del tren, amarrados por sus padres para impedir su caída del vetusto armatoste donde se trasladan con ellos, quienes hacen el acto de amor de no dejarlos atrás, con el fin de evitar la separación de la familia. Otro caso causante de dolor es el de tres hermanas, separadas al ser descubiertas por las temibles autoridades estadounidenses o mexicana, porque la más pequeña es menor de edad y fue a parar a un lugar donde no tendrá el cariño familiar y su futuro es más incierto.

LA EMIGRACIÓN NO ES un hecho abstracto. Todo lo contrario: es concreto, específico. Causa en sí misma daños a veces irreparables para la relación familiar, y puede despertar en el futuro actitudes de constante desconfianza hacia los demás. Los niños pequeños cuando lleguen al lugar donde los lleve el destino, comenzarán un proceso de integración, muchas veces poco exitosa, ante un país tan distinto, con quienes ya no se sienten guatemaltecos pero tampoco estadounidenses, porque no lo son. Los cientos de miles de connacionales esparcidos por la Unión Americana pueden comunicarse ahora con su familia en Guatemala gracias a la tecnología actual. Pero con el tiempo solo se sentirán miembros de la comunidad de los no bienvenidos.

 

 

Publicado el 11 de junio de 2014 en www.prensalibre.com por Mario Antonio Sandoval
http://www.prensalibre.com/opinion/Ninos-emigrantes-tragedia-olvidada-Mario_Antonio_Sandoval_0_1154884521.html

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