La violencia marca vidas

Cinco historias distintas con protagonistas que conviven con la violencia a diario demuestran que este flagelo dista mucho de ser solamente una representación en el imaginario de los guatemaltecos y que en realidad los hechos criminales sí afectan y hacen que la población viva atemorizada, pese a que las autoridades afirman que estadísticamente hay menos delincuencia .

Nueve días después de que terminaron los rezos en la casa de Karla Pérez Oscal, la estudiante del Instituto Normal para Señoritas Centroamérica (Inca) que murió de un disparo en la cabeza y fue enterrada el día en que cumpliría 18 años, su madre ha vuelto al trabajo, en una venta de hamburguesas. El pronóstico de su otra hija sigue siendo delicado, en la sala de cuidados intensivos del hospital.

Para las compañeras de estas dos adolescentes, la voz de un presunto pandillero que alertó que cualquiera de ellas podría sufrir un atentado dejó de ser una percepción.

Violencia al estrado

Miguel Ávila solía ser, hace poco más de un año, un abogado dedicado a casos de Derecho Tributario. Ahora es uno de los cinco penalistas especializados en niñez que trabajan para la Procuraduría General de la Nación en el departamento de Guatemala.

El número de denuncias de hechos violentos aumentó, los juzgados se extendieron. Su trabajo se duplicó de un año para acá. Si antes atendía entre uno y tres debates, ahora debe repartir su atención hasta en seis casos al mismo tiempo.

“Mi desahogo es con otros abogados. Uno es humano, es imposible que estas cosas no afecten. Terminamos haciendo una especie de catarsis. En otras ocasiones le cuento a mi esposa”, refiere.

Meses atrás, cuando actuó como querellante en el asesinato de Gia Karlota Barrios, una menor de 13 años, quien, según se demostró, fue ahorcada por su propio padre, solía tener pesadillas.

Últimamente, al defender a una pequeña víctima de violación con problemas del habla, se reconoce más “perspicaz” y “cuidadoso” con los más pequeños de su familia. “Hasta que no se está inmerso no se da cuenta de cómo está la sociedad”, afirma.

En el desván

Silvia Moino trabaja como psicoanalista desde hace 15 años. Las motivaciones por las que sus pacientes la consultaban en ese entonces cambiaron.

“Antes, la gente solía acudir para resolver sus neurosis; hoy son psicosis ordinarias —cuadros clínicos en donde la persona pierde el contacto con la realidad; alucinaciones, paranoias, delirios— que no llegan aún a la esquizofrenia”, explica.

Hay más personas que resuelve las cosas en forma violenta como respuesta a esta sintomatología, son quienes creen que “no hay límites, no hay ley, y no son pocos”, advierte.

La violencia es típica. Aumenta según los estilos de vida, y en los espacios públicos se ha incrementado mucho.

La mayoría de pacientes que Moino atiende en su clínica privada y los que recurren a ella, como psicóloga, en un consultorio gratuito, una vez por semana, “tienen en común que el motivo de su consulta está asociado a una experiencia de violencia”. “Secuestros, robos, asaltos causan ataques de pánico, miedos, angustia y depresiones”, explica.

Como juego

Federico vende juegos electrónicos en una tienda de la zona 10. Entusiasta, ofrece a “solo Q5 mil 999” una consola que se conecta a internet con el juego “más vendido” de la temporada de verano, titanfall.

“En titanfall usted puede estar “en una constante guerra” las 24 horas, como piloto de asalto de élite o como los robots titanes”, cuenta el vendedor.

No es un juego de percepción, “es real”; tan real que la principal promesa de este vendedor es que el jugador tendrá que resguardarse permanentemente de otros soldados que lo acecharán para destruirlo “las 24 horas”, si se desea.

Violencia enfermiza

Carlos Grajeda es un R3 (residente del tercer año) de cirugía en un hospital. De un turno de 36 horas pasa de 12 a 18 horas en la sala de urgencias. Recibe de tres a cinco heridos de bala “en un día muy muy bajo”. En los días de pago o cercanos la cifra se duplica, contando a los acuchillados.

Los pacientes que atiende son cada vez menores. Calcula que cuando comenzó su residencia, hace dos años, los más jóvenes tenían, en promedio, 20 años; ahora ese límite descendió a 15. Los mayores tienen 40. Provienen de las zonas 1, 6 y 18.

Son los que mayormente consumen los pocos recursos. Esos pacientes se quedan hospitalizados de tres semanas a un mes, dependiendo del tipo de lesiones.

Pero cuando Grajeda recibe cinco baleados graves al mismo tiempo, con tres quirófanos disponibles, debe priorizar y responder una difícil pregunta “¿Quién tiene más posibilidades de vivir?”.

Está convencido, al igual que los protagonistas de las demás historias, de que la violencia no es una percepción, es una realidad con la que convive a diario.

Publicado el 21 de marzo de 2014 www.prensalibre.com por Claudia Palma 
http://www.prensalibre.com/noticias/justicia/violencia-marca-vidas_0_1124287613.html

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