De esa idiosincrasia tan particular surgen algunos personajes que, de no existir, deberían inventarse para dar el tono al chisme político. Pero hay otros ejemplares de la fauna cuya conducta pone en peligro la estabilidad democrática, como esos reyecitos sin corona que imponen sus caprichos en su pequeño reino, valiéndoles cinco centavos las leyes y sin que nadie se atreva a ponerles freno. O quienes se convirtieron en potentados de la noche a la mañana se mudaron de clase social y, con la más auténtica ignorancia sobre la incongruencia de su actitud, exhiben su riqueza ante una población aceleradamente empobrecida y hambrienta.
Todo esto me trajo a la mente el refranero popular, que a decir de la plebe —a la cual pertenezco a mucha honra— le viene como anillo al dedo a más de alguno: “Sacristán que vende cera sin tener cerería, de dónde pecatas meas si no es de la Sacristía”.
Mientras la nueva aristocracia engorda y se llena la bolsa, la gente buena y trabajadora observa con impotencia los chorros de dinero cuyo destino cambia y se convierte en bienes no recuperables, en fondos depositados en paraísos fiscales, en prebendas y regalitos, en sobornos y en todo aquello que nada aporta al desarrollo, pero sí y mucho a la profunda crisis actual. La pregunta que se hacen todos es “¿De dónde, pecatas meas?” Si ayer eran modestos, populacheros, discurseando como el pueblo y, de pronto, inalcanzables en su arrogancia.
En la cuenta entran muchos, si no todos los personajes de la farándula política de los últimos 30 años. Porque en realidad se ha visto de todo: hacerse de empresas del Estado a punta de trampas legislativas y maniobras demagógicas, convertirse en socios de compañías extractivas internacionales a cambio de permisos y licencias en condiciones leoninas, recibir sobornos de gobiernos extranjeros, negociar los regímenes fiscales en la mesa de los empresarios, como si estos fueran los dueños del territorio. Y de ahí que la riqueza se escapó de las escuelas, de los caminos, de la vivienda popular, del sistema de salud, de la infraestructura que pudo haber sostenido un impulso al desarrollo.
Por eso las muertes maternas, por eso la desnutrición crónica en la mitad de la población infantil, por eso. Porque la pobreza ha llegado a estar tan arraigada en la psiquis de las personas que las ha convencido de ser su destino en este mundo. Pero no lo es, solo que esa riqueza ha cambiado de ruta y entonces hay que aceptar que las violaciones sexuales, los embarazos en niñas y adolescentes, los 14 o 15 asesinatos diarios, las pandillas, las extorsiones y todo lo que nos afecta, es parte de la vida. Amén.
Publicado el 17 de marzo de 2014 en www.prensalibre.com por Carolina Vásquez Araya http://www.prensalibre.com/opinion/Pecatas-meas_0_1103289669.html
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