¿Cómo re ordenamos?
Los territorios de la ilegalidad y de la informalidad son tan amplios que inundan el régimen establecido. Ocurre en casi todos los campos. En la economía, donde quizá una cuarta parte de la actividad está fuera de registro oficial y la recaudación tributaria, donde, además, las formas de empleo que enganchan a más de dos tercios de la fuerza laboral quedan al margen del Código de Trabajo, y están desprovistas de redes de protección social.
En la seguridad ciudadana, por su volumen de operaciones las empresas podrían estar facturando alrededor del cinco por ciento del PIB, si se considera que, según las estimaciones de quienes estudian el tema, reúnen entre 100 mil y 250 mil agentes; es decir, el margen de no registro es todo un océano nebuloso. Doscientos cincuenta mil agentes con armas que prestan servicios privados de seguridad sin control oficial, significa que la fuerza policial pública representa algo así como una décima parte de los contingentes privados y que estos, a su vez, podrían estar superando a la totalidad de la burocracia que emplea el Gobierno Central.
Cuando esas realidades son así de pesadas y no se reconocen, lo frecuente es que sigan creciendo hasta anegar el terreno de la legalidad y la formalidad imponiéndole sus lógicas simples y procedimientos de atajos y abusos. Las aduanas se vuelven coladeros. Los policías operan en esa zona gris desde donde constantemente saltan de la legalidad hacia la ilegalidad. Cumplir las reglas y someterse a los escrutinios de la política correcta de los negocios en la globalización, es cada vez más oneroso. Parece irremediable que viviendo en esos islotes de la globalización los habitantes se den chapuzones a cada rato –al menos en la informalidad– para aliviar la presión.
Ahora que en El Salvador y Honduras, y más recientemente en Guatemala, se habla de tregua entre las maras como una válvula de escape a la violencia, se pone en cuestión también un estado formal de legalidad que ha tolerado prácticas criminales –como las amplias y reiteradas barridas de “limpieza social”– y que ahora le reviran como búmeran. ¿Qué es toda esta economía ordenadamente caótica de supervivencia al límite y acumulación brutal, de agentes armados fuera de control y de pandillas que trazan las reglas del juego a la sociedad? ¿Acaso no es el fracaso del Estado tal cual está dibujado en la Constitución? ¿Y ahora cómo reordenamos esta inentendible nomenclatura? ¿O esperamos a que nos llegue el agua arriba de la nariz?
Publicado el 19 de Agosto 2013 en www.elperidico.com.gt por EDGAR GUTIÉRREZ
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