Treinta por ciento del gasto público es opaco, señala el Banco Mundial.
Nuestra actual democracia, estrenada en enero de 1986, viene siendo carcomida por el cáncer de la corrupción pública. El primero de nuestros presidentes, Marco Vinicio Cerezo, dijo en campaña que seguiría el consejo que le había dado una tía suya de que en el Gobierno había que robar, pero que no debería ser mucho. Pero ni el mal consejo de la tía fue atendido, porque lo que ha habido en veintiocho años es saqueo en cantidades increíbles y de formas perversamente creativas.
Imagínese que una cárcel de máxima seguridad quedó inservible en un motín; que un puerto pesquero, construido en Champerico por el gobierno de Berger, solo pudo ser utilizado por los pescadores durante seis meses, pese a las evidencias de que la millonaria construcción era técnicamente desaconsejable; que la sede de la gobernación de San Marcos, estrenada por el gobierno de Colom, y cuya construcción fue denunciada como defectuosa, quedó inhabitable en pocos años y las denuncias previas del caso fueron legalmente desechadas por el Ministerio Público.
Durante el gobierno del presidente Álvaro Arzú, el Congreso de la República derogó la Ley de Enriquecimiento Ilícito. En el mandato de Álvaro Colom, con fondos públicos un funcionario de la Vicepresidencia compró pastillas para la erección sexual. En esta administración un interventor de Aeronáutica gastó cientos de miles de quetzales en cosméticos. Por la excesiva corrupción, Otto Pérez cerró Fonapaz, pero nadie fue consignado a un tribunal. Las condenas por corrupción son escasas y algunas pírricas como la del expresidente del Congreso, Eduardo Meyer. En este caso se perdieron Q82 millones que ninguna autoridad pública investigó su paradero ni buscó cómo recuperar. En 28 años, los financistas de las campañas políticas han tenido derecho de pernada comercial. Gran parte de los fondos públicos no son ni siquiera legalmente auditables, porque están en fideicomisos y en otras formalidades legales creadas para no permitir el escrutinio.
Según el Banco Mundial, el 30 por ciento del Presupuesto del Estado se pierde en gasto público opaco. Para nuestra vergüenza, Guatemala está a la cola de los países más corruptos del planeta. Considero obsceno el hecho de que la prensa investigue y denuncie casos de corrupción a los que luego la Contraloría ni el Ministerio Público den seguimiento, contrario a lo que acontece en países desarrollados. La corrupción tiene una impunidad de casi un ciento por ciento. Algunos dicen que un vaso de agua que está a la mitad, un optimista lo ve medio lleno; y el pesimista, medio vacío. Pero aquí optimistas y pesimistas concuerdan en que en el caso de la corrupción el vaso se ve completamente vacío.
Parafraseando a Horacio, que en el Senado Romano dijo: Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? digo, ¿hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia y tendremos que seguir aguantando tanta corrupción pública?
Ya 28 años de corrupción en democracia son muchos.
Publicado el 16 de enero de 2014 en www.elperiodico.com.gt por Gonzalo Asturias Montenegro http://www.elperiodico.com.gt/es/20140116/opinion/241016/
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