El presupuesto, en cualquier empresa y en la vida personal, es una herramienta de planificación y control que permite establecer los ingresos y egresos para el siguiente periodo, por lo general, anual.
Ahora bien, el sentido común nos indica que uno debería gastar menos de lo que recibe por ingresos, es decir; crear un fondo que le permite alcanzar alguna meta o para casos de emergencia. Además, a la hora de establecer los gastos se busca optimizar el uso de los recursos y aprovecharlos al máximo.
Pues bien, esto no es lo que sucede con el “presupuesto de despilfarro y mal gasto público” que año con año, por estas fechas, se discute en el Congreso. Lamentablemente hay cosas que no cambian, como la romería de burócratas, alcaldes, representantes de ONG’s y demás solicitando más dinero del tributario. Las cinco cosas que no cambian en el “presupuesto del malgasto”.
Primero, la principal fuente de financiamiento del presupuesto es su bolsillo. Son los impuestos, licencias y permisos, entre otros, que usted pago de donde sale el dinero del presupuesto. La segunda fuente de financiamiento son los bonos del Tesoro y préstamos, los cuales también usted deberá pagar con impuestos a futuro. Así que si gastan Q89 u Q87 millardos, es muy importante porque el dinero saldrá de su bolsillo y el de sus hijos y nietos. El dinero que le quitan a través de impuestos para financiar el “mal gasto público”, es dinero que no tendrá usted para usarlo en su negocio, en su empresa o en su familia.
Segundo, un presupuesto deficitario significa más deuda. Los presupuestos desbalanceados son una bomba de tiempo, ya que le pasan la “papa caliente” del despilfarro al gobierno siguiente y así sucesivamente hasta que sea imposible sostener el nivel de deuda. Ejemplos hay muchos por solo mencionar uno el caso de Grecia es emblemático.
Tercero, un presupuesto debería compararse con los ingresos tributarios. Es una costumbre habitual que los economistas y en especial los políticos comparen el presupuesto en relación al PIB para justificar un gasto mayor cada año. En especial, el nivel de endeudamiento acostumbran medirlo contra el PIB; es decir, lo miden contra todo lo que se produce en Guatemala como si el gobierno pudiera empeñar la totalidad de la producción. Lo sensato sería comparar el nivel de endeudamiento con el monto de ingresos tributarios, que en última instancia, es el dinero con el que realmente cuentan.
Cuarto, el problema es la calidad del gasto. La mayoría de las discusiones de los políticos alrededor del presupuesto se enfocan en las necesidades y que el dinero no alcanza para atender a los diferentes grupos de presión. Sin embargo, muy poco se discute acerca de la calidad del gasto, de la transparencia del uso del mismo. Todos los meses, se denuncian compras sobrevaloradas, plazas para fantasmas, despilfarro en compras superfluas, carreteras de cartón, programas sociales electoreros, firma de contratos colectivos que exceden el estándar de la iniciativa privada, por sólo mencionar algunos.
Quinto, mucho dinero para tan pocos resultados. Cada año se aumenta el presupuesto sin tener claro cuáles serán los resultados reales, tangibles del gasto de millardos de quetzales. No existen indicadores claros en salud, educación, seguridad o justicia que justifiquen el incremento. ¿Cuánto se gastó en el Mineduc versus los resultados en los exámenes Pisa, que miden el nivel de matemáticas y comprensión de los jóvenes?¿Cuánto se gastó en Micivi versus los kilómetros de carreteras construidas o reparadas? Y así podríamos seguir comparando el gasto versus los resultados obtenidos.
Si pudiéramos hacer el ejercicio de medir lo que se obtiene en cualquier ministerio o dependencia del gobierno versus lo que gastan, nos daríamos cuenta que tenemos demasiado gasto para tan pocos resultados.
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