Recuerdo, hace casi una década, una ocasión en la que un potencial candidato a dirigir la municipalidad de su tierra natal (nunca volví a saber de él, así que supongo que su carrera política no tuvo los vuelos que él esperaba) me contó, indignado, la historia de un amigo del entonces alcalde que llegó a la toma de posesión totalmente bolo.
No podía creer el descaro y como es natural, compartí la irritación unos minutos. Hasta que el aspirante edil expresó una particular filosofía de la lealtad: “si vas a ayudar a un compañero de promoción, que está bien, para eso están los cuates, mejor dale una plaza donde no tenga que ir a trabajar”.
Una plaza fantasma vaya. La naturalidad con la que lo dijo, sin pena y en medio de un discurso donde expresaba sus valores, nos habla del carácter estructural de la empatía mal entendida.
El Comisionado Iván Velásquez siempre dice que el financiamiento es el pecado original del sistema político guatemalteco, pero se equivoca.
Los Estados malviven con negocios turbios pero se paralizan con inútiles a cargo de lo técnico. El clientelismo corroe la acción pública más que ninguna otra cosa.
La lógica política va así. Como una forma de pagar favores a los involucrados en la coordinación, acarreo y voluntariado para llegar al poder se les da una “su plaza”.
El puesto, las capacidades y las condiciones laborales asociadas al cargo, no son importantes. Lo central es el número de renglones disponibles y cómo se reparten.
¿Cómo se puede evaluar a alguien cuya razón de entrada y permanencia nada tiene que ver con los resultados de su trabajo?
¿Cómo se puede tener una gestión estratégica del recurso humano si el qué y el cómo de la función pública son eclipsados por el cuánto (tiempo y dinero) le saco a esto? Imposible, no se puede.
Se debe romper esa lógica política y nadie que tenga los incentivos de las marcas partidarias y redes tradicionales va a ser capaz de hacerlo. Caerán atrapados por las viejas reglas.
Esta es la mala noticia, la buena es que hay solución. Todos los países del mundo han transitado de un sistema clientelar a uno de burocracia profesionalizada.
La lección es que el proceso no es técnico, es político. El poder y sus incentivos han estructurado el sistema y solo con poder se podrá cambiar.
Si en las siguientes elecciones ocupan espacios proyectos que no crecieron por compromisos de plazas que deben ser provistas a redes de acarreo de voto, habrá esperanza.
Si no, los amigos bolos, lleguen o no a trabajar, seguirán intentando solucionar problemas públicos.
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