Un secreto muy bien guardado

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Publicado por Prensa Libre el 8 de diciembre 2016

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Vamos a ponernos en los zapatos de un mochilero alemán, chino, panameño. Estamos en el aeropuerto La Aurora. Nuestro avión aterrizó a las siete de la noche y queremos ir a Quetzaltenango. ¿Cómo llegamos?

Vamos a suponer que ese mochilero se sintió muy atraído por el novedoso lema del Inguat: “Guatemala es el secreto. No se lo digas a nadie”, y quiso venir a conocer este bonito lugar, a descubrir el secreto.

Más fácil todavía, no iremos hasta Quetzaltenango, sino a las ruinas de Iximché, pues nos han contado que es un lugar muy preciado. Leemos en Google que debemos dirigirnos rumbo a Zhengzhou (más o menos así habrá de comprender un extranjero la palabra Chimaltenango), por lo que debemos coger, según el mapa, la CA-1 hasta el km 88, donde deberemos virar hacia Yangzhou. Tres kilómetros adelante —asfaltados, se presume—, están las ruinas.



Es de suponer que a las siete de la noche no podríamos ingresar a sitio arqueológico alguno. Lo normal es que esos espacios estén abiertos en horas de oficina. De manera que pernoctaremos en algún hotel cercano a la terminal de buses. O en un hostal. Mejor todavía, nos vamos a Chimaltenango para pasar allá la noche, conocer un poco el lugar, la gastronomía y cerraremos la jornada en cualquier cafetín. Vale. De madrugada cogeremos el transporte hacia las ruinas.

Si no somos ese desafortunado, ingenuo turista, sino uno que en el aeropuerto nos pregunta dónde aborda el tren o el bus hacia una central de transferencia que lo conecte con Quetzaltenango, Cobán, Totonicapán, Puerto de San José o San Marcos; si somos respetuosos, no nos reiremos en su cara. Le explicaremos que son puntos muy lejanos y que lo más conveniente será que pregunte al policía de la entrada. O le sugeriremos que pida un taxi. Y le haremos la consabida pregunta: “¿No conoce a nadie aquí?”

El turista se sorprenderá al saber que no hay una central de transferencias de transporte disponible, que 200 o 300 kilómetros sea considerado algo “muy lejano” y que le habría convenido conocer a alguien para viajar, pues las páginas del Inguat dicen claramente que los lugares son amigables y hermosos. Superada esa primera decepción, echará mano de su bolsillo para viajar en taxi. Preferirá pasar la noche en algún hotelito cercano a la terminal de buses, pues de allí salen hacia todos los destinos. Llama por teléfono. Está de suerte. En El Alipús hay cuarto disponible, Q60 la hora o Q100 la noche. El amable taxista lo conducirá a la zona 4.

Observando por la ventanilla cómo el taxi se interna por las calles deshabitadas, el secreto empieza a parecer muy bien guardado. Acaso no es un destino para turistas, sino para investigadores. O para esos rudos hombres de montaña con rating en Discovery, que comen carne cruda y se meten en cuevas desnudos y con una lanza. Se tiene la idea equivocada de que todos los turistas traen dinero y que pagar 70 dólares hacia Chimaltenango es poca cosa. A veces, vienen con lo justo para pagar hostal, alimentación y dar paseos nocturnos, según ellos.

Seamos optimistas. Amaneció feliz, radiante, bien comido y dispuesto a viajar hacia las Grutas del Rey Marcos. ¿Qué bus aborda? ¿Quién le da la información?

En vez de estar ofreciendo mentiras, o secretos, antes que presumir de hospitalidad, el gobierno está obligado a mejorar los servicios de transporte para turistas locales y extranjeros. Los que pueden, reservan hotel, pero un grueso del turismo esperaría encontrar trenes, hoteles, ofertas de comida, información. A ese gusto por aventurarse en un país, normalmente se le conoce como buen destino turístico.

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