Vergüenza ajena

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Publicado por Prensa Libre el 21 de septiembre 2016

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El video, en el cual el presidente y su esposa aparecen y reconocen la implicación de uno de sus hijos y del hermano del mandatario —actualmente arraigados— da mucho que pensar. Y es que no es suficiente con tener las prisiones llenas de políticos, mafiosos y bandidos. Hay que completar el cartel con huidos, cómplices silenciosos y personajes escondidos, como un expresidente del Congreso prófugo cuyos colegas no lo expulsan del hemiciclo por temor a crear un precedente que luego aplique a ellos; diputados que cobardemente callan malas prácticas de sus pares y resultan culpables por omisión; una oficina cerrada por ¡cinco años! sin que ninguno de los honorables “se diera cuenta”, a pesar de que se quejan constantemente de no tener espacio. Se ha sobrepasado con creces el nivel de tolerancia nacional en materia de vergüenza, pero también ha subido preocupantemente el listón y la resignación.

En el escenario nacional, el IGSS es un sistema fallido y sin compostura, pero “funciona” como ubre del sindicalismo rapiña. El magisterio pacta —y repacta— esperando no declaren lesivo su convenio, pero la educación de los niños no le importa, como ha ocurrido tradicionalmente. El sistema de salud es un desastre y “ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedio”, le cantan diariamente a la progre y tuitera ministra del ramo. Las carreteras no es que tengan hoyos, es que los agujeros contienen algo de asfalto. La reforma fiscal persigue a quienes desde la formalidad evaden, pero descarta enfrentar a mafiosos, contrabandistas o evasores de la terminal y de mercados, porque ahí no más justicia que el secuestro —¡perdón!, retención pacífica— o la violencia, además de pánico a una muchedumbre a la que no le preocupa la formalidad ni cumplir con sus deberes fiscales. Los buses, a pesar de haber recibido más de Q3 mil millones de subvención en los últimos años, siguen sin funcionar y son manejados por mafias organizadas amarradas a políticos corruptos. El MP no da abasto; la Cicig no sé si está aburrida o decepcionada, como yo; el vicepresidente está en la mira por recibir dinero comprometedor que financió la campaña electoral; la justicia encarcela a un magistrado del TSJ y a la exregistradora de la propiedad; el exvicepresidenciable Barquín —delincuente confeso— es condenado a casi tres años de prisión, pero no ingresa en ella, y don Mario Taracena practica su ética con carácter retroactivo.

Desconozco su capacidad para abstraerse de la actualidad, pero yo estoy saturado. Confieso tener vergüenza ajena de lo que ocurre y de lo que se avecina. Lo peor es ese pensamiento que me invade y cuestiona: ¿Habrá alguien que no esté implicado en corrupción? ¿Se podrá depurar un sistema con ese grado de penetración delictiva? ¿Podremos expulsar a políticos y otros delincuentes incrustados en las instituciones?

Mientras transcurre el tiempo, en espera de sorpresas mayores, la realidad supera a la ficción y diputados intolerantes intentan colar un artículo en el código de migración para expulsar a los extranjeros que les toquen las narices llamándolos corruptos, y otro para que ellos y su prole se beneficien de pasaporte diplomático con ventajas, entre otras, de inmunidad y no ser detenidos en el extranjero, donde seguro piensan huir. El ciudadano común, por su parte, celebra la independencia, canta el himno, invade calles con absoluta displicencia y se regocija de que hace 195 años “se independizó”, aunque en pocos lugares he visto mayor sumisión después de dos siglos de “libertad”.

Yo, que quizá me preocupo en demasía, recuerdo aquello de ¡Viva la Pepa!, y en todos sus significados me atrevo a gritarlo muy fuerte ¡Pero para mis adentros, claro!

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