La palabra “limpieza” puede ser buena. Se refiere a la acción de limpiar la suciedad. Lo superfluo o lo perjudicial de algo. Pero cuando es utilizada para hablar de “limpiar la sociedad”, se vuelve macabra. En violencia mal nombrada. O sea, en la manera brutal de eliminar a todos aquellos que no caben en la “pulcritud” de la que muchos mal presumen. Prostitutas, toxicómanos, niños de la calle, jóvenes miembros de maras, para muchos son “lastres” que hay que matar. ¡Basta!
Humanizar nuestra sociedad es de vital importancia. Cada día más urgente. Retornar al humanismo estructural para recuperar la capacidad de la empatía y del simple respeto a la vida. Retomar la indignación ante las injusticias que se cometen diariamente. Con nuevas representaciones, nuevas vivencias y nuevas solidaridades. Todo indica que hay que mudar de rumbo, cambiar de piel. Dejar de reproducir ideas instaladas cruelmente en nuestro imaginario, porque no debemos olvidar que tener opiniones sin pensar, produce el pensamiento oscuro.
La educación constituye una dimensión fundamental de emancipación. Por ello siempre la insistencia en su reforma. La necedad en su puntualización. Es ciudadanía liberada de lastres mal heredados. Es cambiar las circunstancias que dan semblante a las promesas de futuro. Y hoy son borrosas, turbias. En realidad siempre llegamos tarde al futuro y es, justo por eso, que tenemos la responsabilidad de pensarlo para las generaciones que nos siguen.
¿No le parece que es hora de hablar de un nuevo contrato social, humano, con nuevos vínculos?
La indiferencia ante la muerte de 16 indigentes en recientes tiempos es aterradora. Asesinados de una forma brutal, con similares patrones de perversidad, se borran sus vidas de las noches abandonadas. Justo cuando los edificios se apagan, el tráfico desaparece como por obra de magia para darle paso a la oscuridad. Terror pensar en el frío, en el miedo, en la muerte que campante deambula con su paso feroz. Pero más terror genera la sola idea de pensar que hay quienes lo aplauden. Reproducen perversidad sin ver más allá, sin reflexionar siquiera. Terror pensar que hay quienes leen la noticia y se regocijan. Terror que acecha a las víctimas desamparadas. Pero junto con ellas, se esfuma la posibilidad de ser una sociedad más humana, consciente, crítica y solidaria con el dolor. Terror de ver algo injusto y quedarse en silencio. Terror de saber a la muerte burlándose de nuestra indiferencia.
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