Solo en la ingenuidad del gobernante y de su más cercano círculo podía caber la peregrina idea de que la modificación de algunos impuestos afectaría únicamente a algunos empresarios y otros contribuyentes. El anuncio del ya retirado proyecto, es decir de ese simple amago, fue causa para desatar la especulación.
Pudo más la prudencia y, de seguro, aún más el temor a las repercusiones del paquetazo fiscal para que el Gobierno diera marcha atrás y retirara la propuesta de reformas fiscales enviada al Congreso. También es posible que se haya tenido información de que podía ser sensiblemente modificada por los diputados y por ello la decisión con menores efectos contrarios era emprender la retirada del proyecto lo antes posible, como se hizo.
Cualquiera haya sido la razón para que Jimmy Morales decidiera posponer la búsqueda de más recursos por la vía de más impuestos, hizo lo correcto. Constituía una verdadera imprudencia temeraria la idea de concentrar la dura carga de una mayor recaudación sobre el mismo grupo que hasta ahora es la fuente que desde hace muchos años sostiene el gasto público.
Comprender que no se puede seguir castigando de manera directa a la clase media puede abrir ventanas de oportunidades para que el gobernante y sus asesores entiendan que cualquier nueva recaudación debe ser planteada de manera integral, para que todos los guatemaltecos paguen impuestos correspondientes según sus posibilidades. Con ello también se amplía el espectro de voces que deben tener participación más activa en la exigencia por un gasto responsable y en más y mejores servicios básicos que cumplan con estándares mínimos de calidad.
La transparencia en el gasto es otro elemento fundamental que ahora podrá ser enmendado en cualquier nueva propuesta. Simplemente se habían hecho cuentas alegres, pero nada se dijo de cuál sería el destino de los millonarios recursos que se esperaba captar, ni mucho menos proponer mecanismo de fiscalización. Quizá porque, como dijo el mandatario, “son impuestos”.
Buena parte de este y otros tropiezos se originan en el hecho ya evidente de que no existe un plan de gobierno definido, por lo que tampoco puede haber coherencia en la forma como serán gastados los nuevos fondos. Por eso se afianza la impresión de que desde las más altas autoridades, hasta los numerosos asesores, están empeñados en perjudicar la imagen del bisoño gobernante. Lo ocurrido hasta ahora, con un tema tan serio como es la elevación de la carga tributaria, obliga a que se actúe con mayor responsabilidad y madurez, para que el país inicie el camino para salir del subdesarrollo.
Debe quedar claro también que cualquier reforma fiscal tiene que hacerse de manera integral, pues tampoco se trata solo de extender el sombrero en busca de más fondos, sino a la par es necesario un claro compromiso sobre el destino del dinero. Sobre todo, conviene establecer mecanismos creíbles de transparencia que permitan establecer cómo y en qué se gastarán los impuestos de los contribuyentes y cuándo y cómo se eliminará la totalidad de gastos superfluos. Sin estas condiciones previas, todo paquetazo fracasará.
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