Las maras son el mejor ejemplo de cómo un fenómeno de la marginalidad social muta, aunque no enteramente, hacia la criminalidad organizada. Las extorsiones en serie, sobre todo al transporte público, generan una enorme masa de dinero que se administra como típica empresa ilícita que inocula parte de sus utilidades a la economía lícita. De considerarse mano de obra barata del narcotráfico, en ciertas áreas de la capital son ya más poderosas que los narcos. Ejecutan actos crueles e inhumanos, incluso terroristas.
¿Cómo llegaron las maras a constituirse en una de las mayores amenazas a la seguridad ciudadana? Hace 27 años la historiadora Deborah Levenson realizó un estudio pionero sobre las maras en la capital. Eran la primera generación. Jóvenes que crecieron en la turbulencia de la guerra, en migraciones furtivas y la acelerada expansión de los barrios de miseria. Muchachos/as expulsados de sus casas por la violencia de sus mayores, las precariedades y la falta de atención y guía. Desconfiados, hicieron de la mara su familia. Sus héroes eran mitos tan dispares como el papa Juan Pablo II y Madonna.
Muchos se enrolaron en actividades delictivas cada vez más serias. Para sobrevivir en la calle el prestigio que vale es el de la fuerza. Las maras más violentas y mejor armadas son las más respetadas. Por su control de territorios fueron enganchados por los narcos. Cada cierto tiempo, desde la segunda mitad de los años ochenta, sus líderes caían en las campañas de “limpieza social” o entraban a cárceles hacinadas y salían por la puerta judicial.
Muchos supervivientes emigraron a Los Ángeles, donde encontraron salvadoreños, hondureños y paisanos también organizados como maras (Salvatrucha, Mara 18) para enfrentar a la “Mexican Mafia”. Más violentos, consumistas, conectados a las drogas y al crimen organizado, las maras dejaron estela en la ruta del migrante: EE. UU., México, Guatemala, El Salvador y Honduras.
La sociedad está dividida. Los “causistas” (minoría) piensan que estos jóvenes se rescatan con programas efectivos de educación, empleo y rehabilitación, pues la mayoría no son delincuentes; los ven como chivos expiatorios del sistema y las autoridades. Los “efectistas” creen que las maras deben ser exterminadas a sangre y fuego, pues son una amenaza a la convivencia y no hay otro lenguaje que entiendan.
Ha habido intentos, sin éxito, de coordinar estrategias en el Triángulo Norte de Centroamérica. En El Salvador se aplicó el “Plan Mano Dura”, al que siguió la “Ley Antimaras”; hubo una tregua, pero una vez rota las maras resurgieron con mayor fuerza, pues se capitalizaron durante tres años de extorsiones impunes. Ahora son 30 mil jóvenes armados como un ejército. En Honduras las maras estaban advertidas y respondieron con extrema violencia. Por cada baja cobraban vidas de policías y comerciantes. Una auténtica guerra, hasta que 105 de ellos murieron carbonizados en un dudoso accidente en San Pedro Sula, donde guardaban prisión. Y Guatemala qué hará ¿declarar la “guerra” a las maras?
Publicado en www.elperiodico.com.gt el 10 de Marzo 2016 por Edgar Gutiérrez http://elperiodico.com.gt/2016/03/10/opinion/creamos-un-monstruo/
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