Alfred Kaltschmitt
En los parajes más distantes del país funcionan proyectos de desarrollo agrícolas y pecuarios que fueron bien evaluados, no hubo chanchullo, los campesinos pagaron sus créditos y al final se cumplió con el objetivo principal de sacarlos del umbral de la pobreza e ingresarlos a uno con mayor calidad de vida y mejores oportunidades. Suena a historia de hadas, pero es real y existe. Fundación Agros, lo ha hecho junto a Fontierra en varios proyectos. El acceso a la tierra en las otrora zonas “de conflicto” aun tiene una importancia estratégica para desarrollar las regiones que carecían de tres características especiales: acceso de carreteras, energía eléctrica y asociaciones o cooperativas de diversa índole que facilitaran la empresarialidad rural, entendida esta como el esfuerzo individual de cada campesino dentro de un esquema de cooperación social de mutuo beneficio para acceder grupalmente a créditos, equipos, manejos postcosecha, asesoría técnica, mercados, etc.
El resultado es que se están exportando vegetales a mercados internacionales cumpliendo con todos los estándares sanitarios y de calidad respectivos. La transferencia tecnológica y metodológica se multiplica y una región entera empieza a transformarse, social, cultural y económicamente gracias a estas dinámicas de desarrollo.
Cuando la familia de un campesino tiene acceso a un ingreso digno, educación primaria para sus hijos —y un porcentaje menor— básicos, diversificado y hasta educación superior universitaria, el entorno social cambia con el tiempo. La razón es sencilla: un joven campesin@ con educación impacta a sus familias, y se inicia un círculo virtuoso de desarrollo social que trasciende generacionalmente.
Una joven indígena graduada, universitaria, no solo es madre del desarrollo sino ejemplo aspiracional para sus paisanas. Regresan con una cosmovisión y discurso cambiados porque han roto paradigmas culturales, como casarse a los 14-15 años “porque esa es la costumbre”. Y otras costumbres milenarias que no tienen sentido a la luz de un campesino con los “ojos abiertos por la educación”.
“Lo que están haciendo ustedes es repetir la pobreza”, les decía Magdalena, graduada universitaria, en una plática a sus paisanas de una aldea de Cotzal. ¿Pero qué vamos hacer, esa es la costumbre aquí?”, ripostaba la joven de 16 años embarazada de su segundo hijo.
Para esas jovencitas con una maternidad prematura existen otros mecanismos de asistencia. Uno de ellos son los bancos comunales —por cierto la mayoría con tasas de mora más bajas que el sistema bancario formal. También aprendizaje de un sinnúmero de cursos especiales de capacitación: crianza de cabras lecheras, elaboración de quesos, panadería, envasado de jaleas, producción de miel; cultivo, secado y empaque de hierbas medicinales, etcétera. Para aquellas con alguna educación básica, cursos de entrenamiento para ser parteras y/o promotoras de salud. La lista es tan grande como la demanda misma de la población.
Las alianzas público-privadas tienen un rol determinante para fomentar este tipo de actividades. El gobierno no lo puede hacer solo. La burocracia subdesarrollada se mueve a base de incentivos perversos y una cultura de esfuerzo mínimo y provecho propio totalmente incompatible con estos enfoques que demandan caminar la milla extra, tener un genuino sentido de solidaridad y deseo de servir a su gente.
En los últimos meses hemos estado en contacto con gente dedicada y con ideales de Fontierra. Hay que decirlo, tienen estándares de eficiencia y efectividad altos. Es urgente que el Congreso apruebe recursos a esta institución considerando que literalmente el fondo de Tierras ya no cuenta con fondos para este fin.
Publicado el 21 de noviembre de 2014 en www.prensalibre.com http://www.prensalibre.com/opinion/Tierra-y-Fontierra_0_1252075069.html
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