PEDRO TRUJILLO
La prensa escrita destaca (y advierte) frecuentemente algunos excesos -no todos- de políticos inescrupulosos -casi todos, ahora sí-. Ciertos ministerios gastan gigantescas sumas en comidas, telefonía, combustible, viáticos o boletos aéreos. Las municipalidades deben alrededor de Q1,325 millones “utilizados” en inexistente infraestructura y la verificación de los gastos del Congreso -en inútiles viajes y fondos rotativos- es una vergüenza de la que no escapa ningún partido. Cada día se le recuerda al ciudadano la necesidad de aprobar préstamos para hacer frente a deudas, sin promover la lógica racional de ahorrar, en lugar de despilfarrar, para afrontar esas —supuestamente— imperiosas necesidades nacionales.
El ciudadano, apático —por eso lo clavan continuamente— se desentiende del mangoneo del dinero público, actividad que beneficia a unos pocos oportunistas vivarachos y perjudica al resto de habitantes. De entrada, habría que comenzar por suprimir la mayoría de viajes de funcionarios al exterior, ya que no aportan absolutamente nada al país. Asistir a reuniones informativas o a inservibles, prefabricados o inventados foros no pasa de ser un premio a los “bien portados” o a leales del partido en el poder y así contentar a la muchachada.
Los “informes” elaborados por los privilegiados que realizan tales travesías —cuando lo hacen y los publicitan— no pasarían de una redacción mal hecha en primero primaria y, en todo caso, el país puede vivir eternamente sin la asistencia a esos “importantes encuentros internacionales”. Funcionarios de un país invitan a sus homólogos de otro y los ciudadanos respectivos de ambos pagan los viajes caprichosos y siempre fútiles en los que se hartan, liban o fanfarronean con generosos viáticos asignados para gastos. ¡Pura huisachada!
¡No aprendemos! Y es ahí donde esos analfabetas políticos con cara de mojarra pero dientes de pirañas muerden sin soltar. Hay que supervisar y evidenciar a los vividores del sistema a quienes no les importa el país, aunque siempre contratan —también con dinero nuestro— a patojos chispudos que les suben al twitter frases ininteligibles —pero siempre políticamente correctas— y oportunistas fotos para presentar o difundir lo que dicen “estar haciendo”. Somos una sociedad de brutos (lea el DRAE antes de enojarse) y así nos conducimos.
Dejamos que los peores hagan lo que quieran, sin tener la valentía de enfrentar, denunciar y evidenciar a los corruptos y ladrones que ocupan cargos públicos. Murmuramos y nos quejamos entre dientes o tomando algún trago con el vecino, mientras vestimos pantalón corto, pero olvidamos enfundarnos el largo para expresarlo en el lugar adecuado: la cara del delincuente político. En eventos y reuniones todavía aparecen nostálgicos lamentos referidos a los 500 y pico años de conquista, sin advertir ni querer asumir que este año, hoy, ¡ahorita!, están robando mucho más que en el pasado lejano del que tanto se quejan, con la diferencia de que en aquel entonces ninguno de nosotros existía y ahora somos protagonistas irresponsables y sujetos pasivos —por tanto culpables— de que esto ocurra.
Algunos grupos sociales cambian porque sus integrantes quieren cambiar. Otros, por el contrario, permanecen miserables, porque así son sus miembros: nagüilones o extremadamente cobardes. Podemos pertenecer al que queramos, pero no culpar a nadie de la autoexclusión de alguno de ellos. Hablamos de ejemplo a los jóvenes, de visión y proyecto de país, mientras nos echamos en la hamaca de la ineptitud y la comodidad a esperar que otros pongan los huevos que nosotros olvidamos entre la historia y el pasado ¡Perfecto! ¡Muy digno!
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Artículo publicado en el diario guatemalteco Prensa Libre, el día martes 29 de octubre 2013.
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