Dina Fernández

De leyes e intenciones
Necesitamos soluciones que funcionen.
Dina Fernández

En Guatemala, cerca de la mitad de la población vive en condiciones de pobreza, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. La mayoría de estas personas, excluidas del consumo, el mercado y muchas veces de la educación escolar y la atención en salud, está concentrada en el
campo.

Los pobres de Guatemala claman por oportunidades y el país no puede darse el lujo de seguir dándoles la espalda, pretendiendo que no existen o que su situación se va a arreglar por arte de magia.

Nuestro país es inviable si no buscamos con urgencia soluciones para esa población que supera los 7 millones de personas. Nuestra economía está condenada al raquitismo si solo 20 por ciento de la población consigue ingresos mayores a los Q5 mil mensuales.

Desde que tengo memoria escucho que somos una bomba de tiempo o que estamos al borde de un “estallido social”. Ahora sonrío cuando me lo dicen. La explosión no es una amenaza, es la realidad donde mal vivimos. Hemos pasado los últimos 60 años esquivando las esquirlas de esa sociedad en permanente proceso de reventar bajo la presión de la miseria, la conflictividad y la
violencia.

Necesitamos corregir el rumbo, pero ese desafío no se reduce a una declaración de intenciones y de poses en contra del statu quo. De nada sirve tomar posición de rebeldía si las soluciones propuestas no van a resolver la situación de 7.5 millones de personas sumidas en el callejón sin
salida de la pobreza.

Digo esto porque entre quienes abogan por la ley de Desarrollo Rural, algunos me han dicho que lo hacen porque están convencidos de que “algo hay que hacer” para provocar un cambio y la Iniciativa 4084 proporciona esa oportunidad.

Coincido en que necesitamos abordar con seriedad los flagelos de la pobreza y la exclusión, pero también estoy convencida de que aprobar decretos inapropiados, solo por demostrar “buenas intenciones”, resulta a la larga contraproducente.

La Iniciativa 4084 está anclada en una visión desarrollista de mediados del siglo pasado. Está teñida de esa nostalgia por la revolución fallida que vemos expresada en espec-táculos o manifestaciones donde seguimos gimiendo por el trágico destino de Jacobo Árbenz.

Si la ley pasa, su único logro tangible será la creación de una estructura administrativa más, que no podrá contar con un presupuesto menor al de Agricultura. Añadan Q1,600 millones al déficit y otra institución inútil e imposible de desmantelar: el programa de fertilizantes en esteroides.

Guatemala sí necesita enfocarse en sacar a las personas de la pobreza y generar una clase media vigorosa y pujante. Las ominosas cifras actuales de Desarrollo Humano, las últimas del continente en casi todos los rubros, cercanas ya a los niveles de miseria de algunos países de África, nos
condenan al fracaso como sociedad.

Pero ensayar con respuestas equivocadas solo nos roba tiempo y recursos. ¿A cuántas generaciones más de guatemaltecos estamos dispuestos a sacrificar con remedios descartados? ¿Será que nuestra mejor respuesta es “hacer algo”, ¡cualquier cosa!, en vez de buscar las soluciones que sí han permitido reducir la pobreza y empujar el crecimiento de la clase media?

Resulta trágico que en este tema crucial, los liderazgos sectoriales estén reducidos a plantarse uno frente al otro como dos rinocerontes, incapaces de abrirse a posibilidades nuevas.

En vano el tiempo, en vano los muertos, en vano la transformación de Asia o la revolución de las tecnologías de la información: somos incapaces de transigir sobre la visión del mundo y las lealtades heredadas de 1954.

Pos data: Agradezco a Manolo Gallardo el catálogo y la carta que me envió.

Por mi parte doy por zanjada la discusión.

Fuente: Columna publicada en ElPeriódico 5.12.12

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