Carroll Ríos de Rodríguez

Mamarracho de ley -columna de Carroll Ríos de Rodríguez- S21
5.12.12

Mamarracho de ley

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Escuché decir varias veces que la Ley de Desarrollo Rural Integral era un mamarracho, una cosa mal hecha. Personas de diversas ideologías objetaban su redacción original, o los cambios efectuados sobre la marcha, o los posibles efectos que acarrearía la legislación. Respetados abogados afirmaron que estaba plagada de inconstitucionalidades y no prosperaría. No es la primera iniciativa que provoca tanta confusión y se hace acreedora del peyorativo.

¿Por qué el Gobierno se sintió presionado para promover la aprobación atropellada de un mamarracho? ¿Por qué se ha convertido en una práctica común aprobar leyes obviamente defectuosas? Y peor aún, ¿por qué diputados decentes, algunos abogados de profesión, capaces de distinguir entre un proyecto bien elaborado y uno malo, levantan la mano a favor de mamarrachos?

Se me ocurren seis respuestas plausibles, y seguramente existen otras.
Empezamos por señalar la búsqueda de rentas que contamina el sistema político. Los grupos de interés se abalanzan sobre las autoridades reclamando privilegios. Son atendidos ya sea porque financiaron campañas o están dispuestos a dar sobornos, movilizaron a votantes alineados, o ejercen el chantaje, incluso con violencia. Quieren mamar del erario público, y toda ley con dedicatoria genera beneficios para unos a costillas de otros. Siembra la discordia entre los premiados y los perjudicados.

Segundo, el Gobierno puede extraer rentas. Si amenaza con pasar una leonina iniciativa que impondrá altos costos a ciertos ciudadanos, éstos ofrecerán algún tipo de compensación para evitar su aprobación. Tercero, los burócratas también suelen buscar rentas. La mayoría de proyectos contempla crear plazas gubernamentales, expandiendo o inventando nuevos ministerios o dependencias. Desde cargos con poder discrecional, algunas personas hacen su agosto, también a expensas de sus conciudadanos.

En cuarto lugar, notamos el constante trueque de votos entre diputados. Las negociaciones entre ellos—hoy por ti, mañana por mí—conforman coaliciones mayoritarias que son necesarias. Pero además rinden proyectos complejos e incoherentes. De hecho, la claridad no es prioridad. Sí lo es la satisfacción de intereses puntuales, quizá hasta contradictorios, preferiblemente semiocultos por un lenguaje ornamentado.

Quinto, solemos calificar al Congreso según el número de leyes aprobadas. Involuntariamente, presionamos a los diputados para que lleven al Pleno muchos proyectos, pobremente analizados, entre más, mejor, pues de lo contrario al finalizar el año los acusaremos de haraganes.

Y sexto, las malas leyes nos engañan o distraen. Es astuto presentar un mamarracho de ley para aparentar rendir sobre una promesa que, en la realidad, los políticos no desean o no pueden cumplir. O quizá los gobernantes pretenden distraernos de serios problemas, forzando una discusión ciudadana en torno a un proyecto de ley potencialmente dañino, que nadie, ni siquiera el ponente, anticipa aprobar.

Fuente: Columna Publicada en Siglo 21 5.12.12

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